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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Antifascismo para dummies

Una modesta guía para entender todo lo que odia un buen antifascista español del siglo XXI: desde el Rey a Pablo Motos, pasando por el Ozempic y Mercadona

El antifascismo ya no es lo que era. La lucha de clases y la épica revolucionaria se han convertido en algo viejuno y triste, cosa de boomers. La última vez que nuestros antifascistas creyeron en algo fue en el movimiento del 15-M y desde entonces no han hecho más que encadenar decepción tras decepción; del chalet de Galapagar, al bluf de Yolanda Díaz y la «subjetividad tóxica» de Iñigo Errejón; en el caso del PSOE, han pasado de los indultos al golpismo a las corrupciones al por mayor. A falta de algún proyecto de futuro y ante la vergüenza de su presente, el antifascismo hoy no se define por lo que propone, sino por lo que odia. Y esta es una modesta guía para entender todo lo que odia un buen antifascista español del siglo XXI:

– Felipe VI: El Rey Felipe les pone de los nervios. Su entereza y rectitud les descompone hasta el punto de que los más disparatados de la tribu se consuelan jaleando a la Reina Letizia como si fuera una suerte de alternativa al monarca; él, conservador y rancio; ella, progre, republicana y lo único válido de la institución. Han visto los retratos de Annie Leibovitz y lejos de reconocer en ellos la majestuosa atemporalidad de la monarquía, se han inventado un Código Da Vinci de mensajes cifrados para avalar su delirante teoría. Así se consuelan.

– Pablo Motos: Motos y sus colaboradores, como Cristina Pardo o Juan del Val, son el último y más destacado objeto fóbico de la tribu. Si cada noche desollaran un gatito en directo no se dirían de ellos cosas peores de las que ya les dicen. Alguno de estos activistas del odio escribió estos días que ser antifascista hoy era dejar de ver el Hormiguero. Yo le estoy muy agradecida porque esa inquina me brindó la idea de este artículo.

– Rafa Nadal: Ahora que se ha retirado, igual le dejan tranquilo, pero cada uno de sus innumerables triunfos se ha vivido como una derrota por la España de Caín. Su patriotismo, así como su educadísima y pertinaz negativa a suscribir ni uno solo de los mantras de la izquierda, le ha granjeado el odio eterno de los antifascistas de salón.

– Amancio Ortega y Juan Roig: El desprecio al mérito, al esfuerzo y al éxito, no se limita al deporte. Ahí tenemos a los creadores de Inditex y Mercadona convertidos en el pim pam pum diario de la progresía patria. Paradójicamente, los ataques más virulentos arrecian cuando anuncian alguna de sus muchas acciones de carácter social.

– Twitter: O X, si prefieren llamarlo así. Desde que Elon Musk liquidó las normas de censura y permitió el regreso de Donald Trump, el odio a esta plataforma es uno referentes de la izquierda radical en todo el mundo. Han perdido el control sobre la conversación y por eso la quieren liquidar por la vía del descrédito. A pesar de sus llamamientos a abandonar la Twitter ninguno lo hará porque les resulta imprescindible para sus habituales linchamientos virales.

– Ozempic: Es el próximo objeto a batir por los antifascistas de nuestro tiempo. ¿Su pecado? Haber acabado con el discurso de los cuerpos no normativos; es decir, con el cuento de las gordas orgullosas de serlo. El día que Angela Rodríguez Pam reaparezca convertida en una sílfide gracias al pinchazo milagroso, el Ozempic quedará definitivamente condenado como el más peligroso agente de la ultraderecha global.