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Enrique García-Máiquez

Cada casa un castillo

El congreso chestertoniano terminó por todo lo alto con el poeta Jesús Beades cantando en una taberna, entre cervezas, a viva voz y a pleno pulmón, los poemas festivos de Chesterton. Todo lo contrario que los socialistas cantando con el puño en alto la dichosa Internacional

No he podido seguir el congreso del PSOE por haber estado concentrado en el Encuentro que la Fundación Herrera Oria ha organizado para conmemorar el 150 aniversario del nacimiento de Chesterton. Mi deuda con el inglés, por tanto, ha crecido. ¡Y yo que creía que no podía ser más gorda…! Me ha salvado del rutinario estupor de ver una vez más a los líderes mintiendo, a los afiliados aplaudiendo que les engañen y a unos y otros coreando a sus corruptos.

Y lo mejor de todo es que no ha sido escapismo, sino contrataque. El encuentro, que se concentraba en la recepción hispánica de Chesterton, nos lanza de cabeza a la política. La intención era demostrar que en el espacio que abre Chesterton cabemos muchos de tendencias diferentes, unidos bajo su talento. Desde la inaugural pasión chestertoniana de Fernando Savater, deslumbrado desde su niñez por un estilo literario único y una capacidad para encontrar la verdad allí donde se esconda, hasta la ajustada lectura confesional del obispo Munilla, tan devoto de un Chesterton apologético. Lo precioso ha sido ir comprobando cómo las altas tensiones generaban una corriente continua de simpatía electrificante. Savater nos contaba la comprensión que le produce el catolicismo de Chesterton. Munilla nos avisaba de que la manera de defender el catolicismo es con la inteligencia y la expresión más cuidadas. Andrés Trapiello, tras explicarnos el quijotismo de ida y vuelta, nos dejó, como suele, un aforismo inolvidable: la paradoja realiza el mismo movimiento que el caballo de ajedrez, volátil e inesperado. La verdad aparece entonces como alétheia, como desvelamiento. Observen el contraste con el congreso socialista de Sevilla, tan consabido para alelarnos a todos, para taparlo todo.

Por cierto, Munilla dejó en el aire una pregunta que me cogió desprevenido: ¿quiénes habían sido los maestros de fe para Chesterton? En realidad, para su conversión, nadie. Le llevó de la mano sólo su búsqueda de la verdad sin ambages ni subterfugios. Es ejemplo y advertencia. Para lo que hace falta un valor que fue otro de los asombros de Borges, como nos explicó Fernando Iwasaki, capaz él solo de meternos toda la Hispanoamérica chestertoniana en la sala de actos.

Ya la postulación de la verdad, del valor, de la libertad y del talento tenían un inconfundible sabor contra mundum. Pero no nos quedamos ahí. Había que incluir la vida. Tanto Juan Manuel de Prada como Salvador Antuñano analizaron la crítica política de Chesterton, que se repartía por igual contra capitalistas y socialistas. G. K. C. hace una crítica muy afinada, que destaca el trasfondo común de ambas ideologías. Se comprueba, sobre todo, en que tienen un mismo enemigo mortal: la familia. Esto es –contra toda esperanza– una esperanza, porque la firmeza en un comportamiento moral, en la alegría doméstica y en la pequeña propiedad, que exige ser defendida como un castillo sitiado, que es lo que es, termina resultando la manera más eficaz y subversiva de plantarle cara al mundo. Ahora y en el futuro, como destacaron José María Contreras, Carlos Esteban y Julio Llorente. El distributismo para quien se lo trabaja. Y la mejor crítica a la postmodernidad es la celebración. Por eso, el congreso chestertoniano terminó por todo lo alto con el poeta Jesús Beades cantando en una taberna, entre cervezas, a viva voz y a pleno pulmón, los poemas festivos de Chesterton. Todo lo contrario que los socialistas cantando con el puño en alto la dichosa Internacional.

En una impresionante lectura de su poesía épica, Julio Martínez Mesanza había traído una cita de Ortodoxia que confluía con un poema suyo: «La cruz puede agrandarse sin cambiar nunca, el círculo vuelve sobre sí mismo y está cerrado. La cruz abre sus brazos a los cuatros vientos; es el indicador de los viajeros libres». Esa libertad abarcadora nace de un punto muy pequeño, de una paradoja central, pero, a partir de ahí, no para. El Encuentro de la Fundación Herrera Oria ha sido ese punto de encuentro.