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Al bate y sin guanteZoé Valdés

El Vacuo infinito

Al tercer día, el Vacuo insensato fingió como que resucitaba, subió al estrado, se acercó con pasitos de cabra que tira al monte a la tribuna; luego, aferrado al micrófono puso aquella cara de colitis melancólica que ponía Fidel Castro muy al inicio de su producto de marketing

El Vacuo infinito se organizó un congreso a la medida, no le importó la tragedia nacional de Valencia, todavía sin aliviar, y asumió no respetar el duelo de las víctimas.

Nada de nada debía importar más que él mismo y su pichona. Urgía auto celebrarse, festejarse, sobredimensionarse y, sin dilaciones, puso manos a la obra. No le bastaron los besitos que se da él mismo frente al espejo cada mañana, también los chupones que se brinda en embelesos embelequeros cada noche antes de acostarse, ni los achuchones propiamente arrobados en todo momento. A veces se levanta de la silla correspondiente en el Congreso, se dirige enardecido a los servicios, solo para contemplarse en el espejo, plagarse de cariñitos por doquier. «Qué lindo soy, qué bonico, qué apuesto, qué mandado…» Y poripallá, vamos, irresistible.

El Vacuo incansable además exigió que en la puesta en escena preparada con antelación, en la que se luciría frente a los 'sociolistos', su 'presidenta' de amor loco fuese conducida hacia el salón principal en andas, bajo numerosos reflectores, escoltada por dos secuaces, y aplaudida, aclamada, y lamida hasta el extremo —previo fundraising— por los admiradores de su «pulcra esposa». Ella, de rojo sangre, que es el color predilecto de los 'militontos sociolistos', ensayó y perpetró la entrada triunfal; iba de un meneo de melena a otro, agitada por la emoción ficticia, aunque siempre con los ojos ocultos tras un tupido cerquillo o flequillo (no sé cómo no tropieza y se despetronca).

La gente entregada al paroxismo de la situación no cesaba de aplaudir, hasta que las manos empezaron a partirse en dos, en tres, en cuatro, y hasta a fracturarse y fragmentarse en esquirlas. Tuvieron que añadir unos basureros donados por la alcaldesa de París, de esos de plástico transparente, por cierto no muy ecologetas, para que el público ya manco pudiera asistir a arrojar el rastrojo y desperdicio de falanges (por huesitos) inservibles.

El Vacuo ilimitado autorizó que algunos hablarán sus tonterías «militontas», e inclusive les permitió que escribieran babosadas tales como «el socialismo en estado puro». Sí, el ministro Despeinado rotuló en piedra, digo en X, semejante frase que quedará para la inmortalidad de la Historia de la Energumancia sobre una imagen de sus camaradas «sociolistos» desaguacatados en un trance de muñones y vivas ensordecedores -quepa añadir que se enjugaron lágrimas. Todo muy finamente norcoreano.

Entonces, al tercer día, el Vacuo insensato fingió como que resucitaba, subió al estrado, se acercó con pasitos de cabra que tira al monte a la tribuna; luego, aferrado al micrófono puso aquella cara de colitis melancólica que ponía Fidel Castro muy al inicio de su producto de marketing, allá por los años sesenta, y tiró así al desgaire una pregunta que según expresó él se viene haciendo desde que escondió las cajas de boletas detrás de una cortina (esto último es un aporte personal, no lo declaró en sí): «¿Qué cojines voy a hacer con mi vida?». Como si a estas alturas del partido a alguien le pudiera importar lo que un necio hiciera con su insulsa existencia.

No obstante, para asombro de la mayoría, aunque no mío —la ventaja de venir del futuro como venimos los cubanos, lo acuñó Reinaldo Arenas en 1980, tiene eso, que ya hemos visto la obra como por quinta vez y siempre termina igual—, por fin asestó el golpe mortal, el golpe cínico, el golpe definitivo, el golpe y puntos suspensivos…

Se volverá a presentar en el 2027. Esta es la pregunta tan sustancial, trascendental y telúricamente valiosa que él se hacía segundo a segundo acerca de su vida (lo que no es un problema para la suya, pero sí para la de los demás): la de volver a ser presidente reincidente ad aeterna vanitas. No se podía saber en un congreso magno de «sociolistos», que el máximo líder se reconvirtiera en candidato único.

Ahí le apagué el tabaco, o sea, silencié el televisor. No hay nada más divertido y al mismo tiempo inquietante que soportar la imagen de un dictador comunista con la voz silenciada, porque en definitiva todos actúan bajo la misma escuela nazificada hitleriana. Tanto contarnos que si la ultra extrema derecha, y al final no hay nadie en este mundo más ultra nazi que un social-comunista.

Visto lo visto, preparémonos para la que se avecina. Porque si en estas primeras etapas que ya nos parecieran siglos lo ha conseguido todo, en la segunda obtendremos el espectáculo de las encarcelaciones masivas y los paredones de fusilamientos a tutiplén, avalados por la prensa vendida como que sí es sí, aunque sigan creyendo que no es no, pero será sí es sí. Es lo que siempre ha hecho el social-comunismo, que es la tiña del alma.