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El ojo inquietoGonzalo Figar

Destruyamos el Estado

Un Estado reducido no es un Estado débil; es un Estado operativo. A menos Estado, más foco en lo importante. A menos Estado, menos corrupción. A menos Estado, más sociedad civil. A menos Estado, mayor libertad

Hace unas semanas, la gota fría inundó Valencia, causando a su paso muerte y destrucción. Fue una verdadera tragedia que acabó con la vida de más de 200 personas, devastó la propiedad de miles de familias y arrasó la economía local.

Más allá de la propia catástrofe natural, falló todo. Fallaron las medidas preventivas, pues en este país se ha instalado una mentalidad donde toda intervención del hombre en la naturaleza se considera mala. Fallaron los sistemas de alerta, que avisaron tarde y mal de la que se avecinaba. Y, lo más grave de todo, falló la respuesta: las poblaciones devastadas estuvieron desatendidas, abandonadas durante días. Como ha explicado al autor Santiago Posteguillo en una conferencia viral, durante días y días, ningún poder público, ni la policía, ni los bomberos, ni la Guardia Civil, ni protección civil y ni, por supuesto, el ejército, apareció por allí a ayudar y socorrer a la gente que se había quedado en la más absoluta inmundicia. Sólo aparecieron voluntarios civiles.

En estos mismos tiempos, también, van apareciendo más y más casos de corrupción alrededor del gobierno. La corrupción es endémica: desde tráfico de influencias, a contratos amañados, a mordidas, a familiares, novias y «compañías» de gobernantes contratados por empresas públicas, etc. No es el primer ni será el último gobierno asolado por la corrupción. Por desgracia, donde hay poder y hay dinero, y donde los controles establecidos son deficientes, pues siempre existirá la capacidad de corromper.

¿Y la justicia? Lenta hasta la desesperación. Casos que tardan años en resolverse, ciudadanos y empresas atrapados en un limbo judicial y sentencias que llegan cuando el daño ya es irreparable. Según el CIS, la Administración de Justicia es el servicio público con el que los españoles están más descontentos, y eso que la Justicia es uno de los tres poderes del Estado.

¿La burocracia? Un laberinto interminable que frustra al ciudadano y asfixia a los emprendedores. Intentar abrir un negocio o tramitar algo tan simple como una licencia puede convertirse en una odisea de meses, a veces años. Todo está regulado, todo exige papeles, todo tarda meses en tener aprobación… y, en el camino, los ciudadanos se desesperan, los emprendedores y empresarios no consiguen salir adelante y, todos, unos y otros, pagamos cada vez más y más en impuestos. El gasto público ya representa el 46% del PIB de España.

¿Para qué nos sirve este Gran Estado? ¿Para qué? ¿Para qué tenemos este Estado omnipresente, elefantiásico, con casi 3 millones de empleados públicos repartidos en la administración nacional, regional, provincial y local, además de la europea? ¿Para qué este Gran Estado que no es capaz de cumplir con sus funciones más básicas?

¿Para que se multipliquen las estructuras públicas mientras que la muerte llega en riada a Valencia y no aparezca nadie en una semana? ¿Para que pasen años y años hasta que tengamos respuesta a un problema judicial? ¿Para que nos esquilmen a impuestos mientras que los chiringuitos y subvenciones florezcan por doquier? ¿Para que haya gente que tenga serios problemas para salir adelante por falta de oportunidades, pero los familiares y amigos de los ministros de turno se hagan de oro? ¿Para que una maraña de burócratas convierta cada trámite en un calvario y complique la vida a quienes intentan crear riqueza y empleo?

El Gran Estado es un fracaso. El Gran Estado resuelve pocos problemas y, en cambio, genera otros muchos. Uno de sus problemas fundamentales es que carece de foco. Cuando el Estado pretender hacerlo todo, acaba haciendo casi todo regular. Los recursos públicos se dispersan, la maquinaria administrativa se multiplica, la atención y esfuerzos de los dirigentes se reparten entre muchas funciones. Al final, ni las cuestiones más básicas que tendría que atender una Administración Pública competente se hacen bien.

Con tantas tareas, tantos departamentos, tantas agencias, tanta legislación, el Gran Estado se vuelve un mastodonte burocrático lento, ineficiente, inoperante. La burocracia se convierte en un fin en sí mismo, un monstruo que justifica su existencia creando trabas y obstáculos que no aportan valor a nadie. En lugar de proporcionar soluciones rápidas y efectivas, el Estado responde tarde y mal, cuando no de manera completamente irrelevante.

Mientras fracasa en lo esencial, consume recursos sin medida. Cuanto más grande es, más necesita recaudar; y cuanto más recauda, menos deja en manos de los ciudadanos y las empresas.

Y con esta expansión descontrolada, la corrupción es inevitable. Cuando el Estado controla más y más recursos, toma más y más decisiones, y asume más y más competencias, las oportunidades para el abuso se disparan. Es irremediable: a Gran Estado, Gran Corrupción.

Pero el daño más profundo es el moral. El paternalismo propio del Gran Estado del bienestar desactiva nuestra capacidad de agencia personal. Nos convence de que no necesitamos preocuparnos por nosotros mismos, por el prójimo, por nuestra comunidad, porque «el Estado ya se encarga de todo». Y así, nos hace más dependientes, más pasivos, menos caritativos, menos libres. Hay una cita, atribuida a Thomas Jefferson, que nos advierte que «un gobierno lo suficientemente grande como para darte todo lo que quieres, es también lo suficientemente grande como para quitarte todo lo que tienes».

Hay que destruir el Gran Estado. Hay que quitar poder a políticos y burócratas. Hay que limitar estructuralmente lo que pueden y deben hacer.

Hay que tener un Estado limitado, que haga pocas cosas pero las haga muy bien, en lugar de un Gran Estado que hace todo mal o a medias, y que solo se preocupa de alimentarse a si mismo.

Hay que tener un Estado pequeño, eficiente, gestionable, focalizado, y no un elefante inamovible, lento y que no rinde cuentas a nadie.

Hay que reducir (en la medida de lo posible) el Estado a sus funciones primordiales, que son, muy a grandes rasgos, seguridad, justicia, infraestructuras, emergencias, una red básica de bienestar para el que la necesita y un marco legal e institucional para habilitar la cooperación económica y social. Y pocas más.

Un Estado reducido no es un Estado débil; es un Estado operativo. A menos Estado, más foco en lo importante. A menos Estado, menos corrupción. A menos Estado, más sociedad civil. A menos Estado, mayor libertad. A menos Estado, mayor prosperidad.

Destruyamos el Gran Estado.