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Agua de timónCarmen Martínez Castro

¿Quién amenaza a las democracias?

El susto entre sus correligionarios ha sido morrocotudo y humillante

Durante los últimos años hemos escuchado todo tipo de advertencias apocalípticas sobre la fragilidad de las democracias liberales. Desde la política, la academia y los medios de comunicación se han venido señalando hasta el hartazgo a los nuevos enemigos de nuestra convivencia. Nos han hablado del peligro del populismo, de las políticas identitarias, de la polarización afectiva o del descrédito de las instituciones, pero todo acababa inevitablemente en el mismo culpable, la derecha; la extrema derecha, la derecha populista, la derecha xenófoba o la derecha nacionalista. Trump, Orban, Meloni o Le Pen pero siempre la derecha.

A todos esos seres de luz, ángeles custodios de la democracia, se les han fundido los plomos al comprobar que el abuelo Biden, en el tiempo de descuento de su mandato, ha decidido convertirse en el profeta de Trump. Ha hecho lo que tanto temían que hiciera el nuevo presidente, abusar la prerrogativa del perdón presidencial en su beneficio personal. Biden ha otorgado a su hijo un indulto preventivo por cualquier irregularidad o delito que haya podido cometer en la última década. Un concepto tan laxo y ajeno al principio de legalidad como nuestra malhadada ley de amnistía. El susto entre sus correligionarios ha sido morrocotudo y humillante. Adiós a la superioridad moral, el último reducto de dignidad que les quedaba tras su implacable derrota en las elecciones del mes pasado.

Si el episodio hubiera ocurrido en España, en vez de escuchar críticas, Hunter Biden hubiera hecho su entrada en la convención demócrata entre aplausos, abrazos y fervoroso entusiasmo, al igual que Begoña Gómez en el congreso del PSOE. Los socialistas españoles atribuyen sus numerosos problemas con la justicia a una campaña de acoso judicial y en eso no les importa coincidir con Trump o con Berlusconi. Il Cavaliere también culpaba de sus escándalos del bunga-bunga a una conjura de jueces comunistas. Podemos y los independentistas catalanes, fueron los pioneros en España del mismo tipo de victimismo. En su caso, la conjura provenía de los jueces fachas.

Que un partido antisistema ataque la independencia judicial forma parte de las servidumbres de la libertad de expresión, pero que un partido de gobierno haga de ello su principal estrategia política sí se convierte en una seria amenaza para el sistema. El PSOE tiene derecho a encerrarse en su bunker si cree que así puede hacer frente a su apurada situación —cada cual se equivoca como quiere—, pero no tiene derecho a atribuir sus agobios a los jueces como hace con creciente descaro y deslealtad institucional.

Las democracias liberales son un delicado entramado de controles y balances al poder que no puede funcionar si se quiebra su principio esencial: el imperio de la ley. Una misma ley, aplicada por jueces independientes y que somete tanto a los humildes como a los poderosos. Cuando los políticos por sus intereses partidistas o familiares se las ingenian para escabullirse de esa norma básica de convivencia, el crédito del sistema se desmorona. La principal amenaza contra nuestras democracias no es la Rusia de Putin, sino aquellos políticos dispuestos a perpetrar cualquier desafuero y salir indemnes gracias a la coartada del voto popular. Y en eso la izquierda ha demostrado siempre mucha más osadía que la derecha.