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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

¿Mejor Hitler o Bin Laden?

El proyecto de una gran expansión nacional-socialista, que complemente sobre la geografía árabe el mapa del Tercer Reich, toma forma. En Berlín como en Damasco, como en Bagdad

En el año 1942, Michel Aflak y Salah Eddine Bitar constituyen en Damasco la que —en su lucha contra el colonialismo francés— se presenta a sí misma como rama panárabe del nacional-socialismo hitleriano: las Juventudes para la Resurrección [Baaz] Árabe. Su consigna: «una nación árabe con una misión eterna». Aflak redacta su primer manifiesto: «Representamos el espíritu árabe contra el materialismo comunista. Representamos la historia árabe viva, contra la ideología reaccionaria muerta y el progreso artificial».

Los jóvenes «resurrectos» de Aflak emprenden, con gran éxito, la traducción y difusión de los textos canónicos hitlerianos: el Mein Kampf del Führer y El mito del siglo XX de Rosenberg, en primer lugar. El proyecto de una gran expansión nacional-socialista, que complemente sobre la geografía árabe el mapa del Tercer Reich, toma forma. En Berlín como en Damasco, como en Bagdad. En 1943, la «juventudes» se transforman en Partido de la Resurrección Árabe. Apocopado en «Resurrección»: Baaz.

Pero el proyecto del Reich alemán es militarmente derrotado. Y el Baaz habrá de asumir en solitario la configuración de un espacio panárabe que tome el relevo de la humillación colonial. «Nuestro objetivo», proclama su manifiesto en 1947, «es claro y sin ambigüedades: una sola nación árabe desde el Atlántico hasta el Golfo. Los árabes forman una sola nación que tiene el imprescriptible derecho de vivir en un Estado libre. Los medios de resurrección son los siguientes: unidad, libertad, socialismo».

En 1963, el Baaz tomará el poder en Siria. En 1970, el jefe del Estado Mayor baazista, Hafez el-Asad, apoyado por la URSS en el ajedrez de la Guerra Fría, acaba por hacerse con el poder absoluto en Damasco. La crueldad extrema de sus protocolos represivos lo hace legendario en la zona. Al frente de su eficientísimo equipo de torturadores está un profesional de alta eficacia durante el nazismo: el austriaco Alois Brunner. Con Hafez primero, con su hijo Bashar después, los cincuenta y cuatro años de dictadura en Siria figuran entre los más abominables de nuestro tiempo. Lo cual, ni incomodó a la URSS que lo mantenía, ni, tras la caída de la URSS, ha incomodado al mundo occidental que tomó su relevo. Fracasado el panarabismo nasseriano, el Baaz se limitó a estrechar vínculos entre los asesinos al frente de sus dos ramas: Asad en Siria, Sadam en Irak. Sadam fue ejecutado. El último de los Asad sobrevive.

Son los dameros asesinos de la geoestrategia. A nadie que sepa cómo funciona eso va a causarle asombro. Pero, ahora que al nacional-socialismo del Baaz lo desplaza en Siria una versión joven de Al-Qaeda, sugiero un par de búsquedas en la Web sobre los grandes de este mundo que rindieron visita amistosa a Bashar al-Asad en los dos últimos decenios. A ese Bashar, ahora huido, que proclamaba cómo «los judíos intentaron matar el fundamento de las religiones, igual que traicionaron a Jesucristo e intentaron traicionar y matar al profeta Mahoma». Nos llevaremos alguna que otra sorpresa ante las fotos de sus huéspedes. Y algún cabreo. Como el que se han llevado los franceses, cuando la prensa local ha tenido la descortesía de publicar ciertas muy recientes declaraciones del dícese que izquierdista Jean-Luc Mélenchon en torno a las bondades del dictador sirio.

El dilema ahora es sencillo. E insoluble. Siria ha basculado entre dos opciones: del nazismo a la yihad, de Hitler a Bin Laden. Si alguien en Europa cree poder tomar posición en eso, conmigo que no cuenten. Blindémonos —legítima defensa— frente a ambas amenazas. Por igual. Y abstengámonos de su idéntico veneno.