Sánchez ya señala al Rey
En un caso inédito en democracia, el presidente desata una pequeña campaña contra Felipe VI por dejarle en evidencia
El ministro de Asuntos Exteriores ha tenido el desparpajo de reprocharle al Rey que no avisara de su inasistencia al precioso acto de reinauguración de Nôtre Dame, aunque en realidad la reprobación obedecía a la indignación que le ha provocado a su jefe, Pedro Sánchez, que todo el mundo entendiera ese plantón como una decisión suya.
Hay precedentes de sobra al respecto de los vetos del presidente a Felipe VI, empezando por el destierro de su padre, y también de su rancio anticlericalismo, solo superado por su antifranquismo sobrevenido: ése que le lleva a coquetear con la celebración del partido de vuelta de la Guerra Civil.
Ahora por el curioso método de celebrar la muerte de Franco, medio siglo después, en nombre de unas víctimas que otra vez serán utilizadas por este saltimbanqui de la memoria histórica, malversada en venganza: si quiere aniversarios redondos a recordar, ahí tiene el 75 cumpleaños de ETA, que bien podría impulsar una investigación de los más de 300 asesinatos por aclarar y la ruptura del PSOE con Arnaldo Otegi, uno de los ventrílocuos que mueve la boca de Sánchez para que trate a la banda terrorista como una especie de ONG.
Pero volviendo a Albares de Copas, el Napoleonchu de Pérez Maura, su incontinencia hacia el Rey es un caso único en democracia, donde las diferencias y desencuentros con la Casa Real jamás han tenido un narrador y, mucho menos, del segundo escalafón: es como ver a un juvenil del Real Madrid regañando a Vinicius o al sargento chusquero abroncando al general.
Para que el ministro de Asuntos Exteriores se permita señalar al Rey, que tampoco ha estado especialmente solvente en la justificación de una ausencia improcedente, ha de tener el permiso de su patrón, que al final es el responsable de este aparatoso episodio: Sánchez no le perdona a don Felipe que, sin pretenderlo, haya ayudado a exponer todo el rechazo que uno provoca y todo el afecto que el otro despierta.
Cuando el presidente del Gobierno utilizó de escudo al Jefe de Estado para presentarse en Paiporta, zona cero de una Dana gestionada por el Gobierno con infinitas inhumanidad y negligencia, no consiguió esquivar la ira de los valencianos y la hizo temporalmente extensiva a la Casa Real.
Y eso le obligó a Felipe VI a tener que aclarar la situación, consciente de que su futuro se jugaba si consentía el contagio de la mala imagen de su compañero de excursión, por el único método posible: quedándose primero a aguantar el chaparrón para, a continuación, demostrar que no era suyo al volver en solitario a la zona a dar y recibir afectos.
Sánchez, que a sus múltiples errores y problemas de origen psicológico le añade el pecado de la envidia, no ha debido superar la foto que le hicieron Felipe y Letizia en el fango, que es el lugar simbólico donde vive el líder socialista desde la noche de los tiempos.
Y movilizar a su mozo de espadas, el pequeño Albares, es un aviso a navegantes de que para él no hay nada sagrado si por haberlo él sufre daños: al Rey no le han expuesto por no ir a una catedral, que para Sánchez es un espacio franquista probablemente, sino por dejar desnudo al Emperador. Que otra cosa no, pero en memoria para la vendetta es el mejor y ya parece haberle echado el ojo definitivamente a Felipe VI.