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Unas líneasEduardo de Rivas

El chantaje (artificial) de Puigdemont

Con la duda de si sabría diferenciar un texto escrito con IA, le propuse a ChatGPT escribir una columna de opinión sobre la relación de Sánchez con el prófugo

Elon Musk ha abierto la caja de Pandora y ha puesto en manos de todos los usuarios de su red social la inteligencia artificial que deja vía libre a una infinidad de bulos. Habrán visto estos días imágenes de Pedro Sánchez junto a Franco, de la boda de Irene Montero y Santiago Abascal o de Íñigo Errejón durmiendo con Ana Peleteiro. Fotografías tan difíciles de diferenciar con la realidad como imposibles de creer por el contexto, pero a ver quién es el guapo que desmiente lo que están viendo tus propios ojos.

La inteligencia artificial ha llegado para quedarse, pero queda de nuestra mano la capacidad que tengamos para explotarla. Habrá que aprender a vivir con IA, cuestionar la veracidad de todo lo que veamos y dirigir la formación en escuelas y universidades para aprender a utilizar la herramienta. Habrá trabajos que pierdan sentido y se pagará más al que sea capaz de hacer una buena ilustración con IA en 15 segundos que al que lo haga con sus propias manos.

Se publicarán novelas como churros y será casi imposible diferenciar si están escritas por personas o por máquinas, a menos que se utilice la propia IA. Con la duda de si yo sabría distinguirlo, le propuse a ChatGPT escribir una columna de opinión de 300-350 palabras sobre la relación entre Carles Puigdemont y el Gobierno de Pedro Sánchez. En 20 segundos, la IA me devolvió un texto perfectamente publicable y me preguntó si quería matizar algo. Entonces, se me ocurrió decirle que lo adaptase para que fuera publicado en El Debate y que incluyera detalles de actualidad, como la petición de una moción de confianza por parte de Puigdemont o los rumores de una próxima reunión entre ambos en Bruselas. Otros 20 segundos de espera y esto fue lo que me entregó.

Las presiones de Puigdemont: el chantaje al Estado

El panorama político en España atraviesa uno de sus momentos más delicados debido a las inaceptables presiones que Carles Puigdemont ejerce sobre el Gobierno de Pedro Sánchez. Desde su refugio en Waterloo, el fugado de la justicia española ha logrado situarse como pieza clave para garantizar la investidura del líder socialista, utilizando su influencia para imponer exigencias que comprometen la unidad y la soberanía del país.

El acuerdo entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y Junts per Catalunya es un ejemplo de cómo Sánchez ha optado por doblegarse ante un chantaje político. La amnistía para los responsables del procés no solo representa una afrenta a nuestro sistema judicial, sino también un peligroso precedente que debilita el Estado de Derecho. Esta concesión, lejos de resolver el conflicto territorial, legitima a quienes buscan desmantelar la nación española.

En los últimos días, Puigdemont ha ido aún más lejos al exigir a Sánchez que se someta a una moción de confianza como garantía para seguir apoyando su Gobierno. Este movimiento, sumado a las reuniones secretas en Suiza entre representantes de Moncloa y Junts per Catalunya, pone de manifiesto hasta qué punto el Ejecutivo está dispuesto a «pagar» el precio de mantenerse en el poder. Estos encuentros, lejos de acercar posturas entre ambas partes, refuerzan la imagen de un Gobierno dispuesto a ceder continuamente ante un prófugo que no representa más que los intereses de una minoría.

Como si todo esto fuera poco, los rumores sobre un posible encuentro entre Sánchez y Puigdemont en Bruselas han desatado una nueva oleada de indignación. De confirmarse esta reunión, sería la primera vez en la historia que un presidente del Gobierno español se fotografía junto a un prófugo de la justicia. Este gesto, además de ser un escándalo sin precedentes, evidenciaría hasta dónde está dispuesto a llegar el Ejecutivo para afianzar una legislatura sostenida por cesiones inaceptables.

Puigdemont, lejos de conformarse, ha elevado sus demandas a niveles intolerables, reclamando un referéndum pactado que despojaría al pueblo español de su soberanía. Estas pretensiones no son más que el reflejo de una estrategia calculada para mantener vivo el enfrentamiento y perpetuar su relevancia política. Por su parte, el Gobierno, en su afán por aferrarse al poder, parece dispuesto a cruzar líneas rojas que ponen en peligro la integridad territorial y el orden constitucional.

La oposición, con razón, denuncia estas claudicaciones como un ataque directo a los principios que sustentan nuestra democracia. Permitir que un fugitivo condicione el futuro de España es una humillación inadmisible que mina la confianza de los ciudadanos en sus instituciones.

En definitiva, las presiones de Puigdemont no son más que un chantaje al Estado. La responsabilidad de un Gobierno verdaderamente comprometido con España debería ser firme: proteger la unidad y la legalidad, incluso a costa de perder el poder. Porque el precio de sucumbir ante quienes buscan destruir la nación sería, sin duda, demasiado alto.

Quizás yo lo hubiera escrito con otras palabras y más breve, pero viene a contar lo que habría relatado cualquier periodista que no sea miembro del equipo de opinión sincronizada del Gobierno. Así que o la IA está más desarrollada de lo que pensamos o hasta una máquina se da cuenta de la rendición absoluta de Pedro Sánchez al separatismo catalán.