Totalismo y totalitarismo
Si en enero se inviste de nuevo Maduro, tirano que ha perdido las elecciones, entonces el socialismo del siglo XXI encaja sin matices en el totalitarismo y, como los dos gobiernos palestinos, mejor hará en dejar de convocar elecciones
A la izquierda contemporánea la define el totalismo, término ajeno al diccionario pero necesario para el análisis. Miquel Porta Perales ya lo ha usado como título de un libro. Llamarle totalitarismo a lo que viene pasando en Occidente, a lo que aún pasa aunque empiece a retroceder, es inadecuado. Cuando digo «lo que aún pasa» me refiero a enormes operaciones de ingeniería social impulsadas por la ONU y sus agencias, por la Unión Europea, por la mayoría de grandes plataformas digitales, por los medios mainstream en su práctica totalidad y por el llamado mundo de la cultura. Con el impulso de los Gobiernos de las principales potencias democráticas y la aquiescencia lanar del grueso de las grandes corporaciones multinacionales.
Totalitarismo es otra cosa, aunque el totalismo acabaría derivando en él de no ser por el retroceso que le espera gracias al triunfo de Trump y al desprestigio creciente del wokismo (la doctrina mosaico del totalismo) entre la población de las democracias liberales. Los totalitarismos introdujeron el genocidio industrial y el terror cotidiano, convirtiendo al hombre en hormiga. Sus doctrinas nacieron en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. La atrocidad derivó del nacionalismo, en un caso, y del historicismo marxista en otro. Solo sobrevive el de izquierdas entre aquellas modernas formas de opresión, persecución, liquidación sistemática de adversarios políticos y exterminio de grupos sociales enteros (genocidio) por ser lo que son. En su estela navega el llamado «socialismo del siglo XXI», con el que guarda tantas simpatías y complicidades el sanchismo. El totalismo, por su parte, impone su agenda antihumanista saltándose las soberanías de los estados nación, y mantiene en lo formal, que no en lo material, las apariencias democráticas.
Hay dictaduras abiertas que celebran elecciones, falseando los resultados, como vemos en Venezuela, cuando difieren de lo previsto. En las últimas presidenciales, la oposición tuvo el acierto de llevar su propio recuento escrupuloso y hacerlo público. Por eso nadie se cree las cifras oficiales, si bien algunos personajes influyentes se resisten a despacharlos como la basura que son. Es su caso más notorio el principal valedor internacional y blanqueador del régimen: Zapatero. Si en enero se inviste de nuevo Maduro, tirano que ha perdido las elecciones y que no ha dejado de practicar el asesinato político, la tortura a los disidentes o el uso de fuerzas paramilitares para aterrorizar a la población, entonces el socialismo del siglo XXI encaja sin matices en el totalitarismo y, como los dos gobiernos palestinos, mejor hará en dejar de convocar elecciones.
El totalismo europeo, el de Von der Leyen y su menguante consenso «europeísta» (léase totalista) nunca ha estado en peor situación. ¡La que les espera! Por un lado, insisten en su Agenda 2030, ingeniería social ruinosa de barniz buenista. Por otro, intentan equilibrios imposibles. Ejemplo: tratan como a un invitado normal al principal agente de Maduro, Zapatero, mientras la receptora del Premio Sájarov, María Corina Machado, no puede abandonar su escondite para recogerlo por culpa de ellos.