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HorizonteRamón Pérez-Maura

Memoria de un gran profesor

Con el árbol genealógico que me había elaborado Balansó, me fui a ver al consejero de la Presidencia del Gobierno de Cantabria, Ramón de la Riva. Mi idea era intentar promover una conmemoración a gran escala de los 1.200 años de la dinastía que se había visto restaurada sólo una década antes

La muerte del profesor Luis Suárez a los cien años me ha traído a la memoria un momento de mi vida en el que aprendí mucho. De él y de otras grandes personalidades de la vida española. En la vida de Suárez lo que voy a contar no llega ni a la categoría de anécdota menor. A la vista está la categoría del personaje en el obituario que ha publicado Alfonso Bullón de Mendoza en estas páginas. Pero para mí fue un momento importante.

Corría el curso académico 1984-85. Yo estaba en primero de carrera en la Universidad de Navarra. En mis ratos libres me dediqué a investigar los orígenes de la Monarquía española y descubrí la figura de Vermudo, nieto de Pedro, duque de Cantabria. Recuerdo que un magnífico genealogista, Juan Balansó, me aseguró que era el antepasado más remoto del Rey de España como Rey. La corona había pasado de padres a hijos -o nietos- ininterrumpidamente desde que Vermudo fue llamado a reinar en Asturias en el año 789. Es decir, apenas quedaban cuatro o cinco años para que se cumplieran 1.200 años de la proclamación de Vermudo de Cantabria como Rey de Asturias.

Con el árbol genealógico que me había elaborado Balansó, me fui a ver al consejero de la Presidencia del Gobierno de Cantabria, Ramón de la Riva. Mi idea era intentar promover una conmemoración a gran escala de los 1.200 años de la dinastía que se había visto restaurada sólo una década antes. Supongo que el consejero me recibió y escuchó porque yo era –y soy– íntimo amigo de su hijo Íñigo. Mi iniciativa de que Cantabria organizara una gran conmemoración de la efeméride le entusiasmó. Pero me dijo que había que buscar informes con más hechura que el que me había elaborado Juan Balansó. Me mandó a Madrid a ver a Laureano López Rodó, el ministro del Plan de Desarrollo del franquismo, a cuyas órdenes había trabajado De la Riva y que entonces tenía un despacho de abogados en la calle de Alcalá Nº 73, sobre el Retiro. López Rodó era un entusiasta de la institución, como se demostraba en su magna obra La larga marcha hacia la Monarquía. El proyecto le gustó y manifestó su acuerdo con el criterio de Ramón de la Riva de que hacía falta un aval histórico más sólido que el de mi buen amigo Balansó.

Delante de mí López Rodó llamó al profesor Luis Suárez y se limitó a decirle que quería que se reuniese conmigo. Días más tarde don Luis Suárez vino a verme a casa de mis padres. A mí se me caía la cara de vergüenza. Venía a visitarme un catedrático de la Universidad Autónoma, que había sido rector de la Universidad de Valladolid y director general de Universidades. Él tenía 60 años mientras que yo tenía 18. El profesor Suárez mostró entusiasmo por mi iniciativa. Tenía el árbol genealógico perfectamente dibujado en su mente y me manifestó su deseo de colaborar con un informe al que no recuerdo cuánto tiempo dedicó, pero si recuerdo muy bien que no cobró un céntimo. Todo lo más, en teoría aceptó que lo invitase a comer. Pero la realidad fue que cuando llegó la hora de pagar, impidió que lo hiciese yo. Conversar con él era deslumbrante y lo más increíble era con qué aparente interés escuchaba las naderías de las que hablaba un alumno de primero de carrera casi imberbe.

Aquel proyecto prosiguió. Visité a Luis María Anson en ABC y publiqué en 1985 mi primer artículo en el diario revindicando la conmemoración. Se envió la iniciativa a la Casa del Rey acompañada de un amplio informe con lo que el Gobierno de Cantabria quería realizar. La respuesta fue rápida: en menos de una semana llegó la negativa del entonces secretario general de la Casa, Sabino Fernández Campo. La sencilla disculpa era que «había otras prioridades». Por lo que pude averiguar, el general Fernández Campo tenía claro que quería enraizar la Monarquía en Asturias y probablemente Vermudo de Cantabria, por más indiscutible que fuese su ascendencia, era una distracción. Todo mi juvenil empeño quedó en nada. Recuerdo que don Luis Suárez me dijo «para algunos, la historia es nada». Pero con 18 años tuve la ocasión de conocer a este maestro que acaba de fallecer y quedar deslumbrado por su sabiduría.