Choriceo por tierra, mar y aire
Corrupción en el Centro Oncológico, en el Instituto de la Mujer, en el fútbol, en el Gobierno, en la familia del presidente… ¿Qué pasa en España?
España, la tierra del Buscón Don Pablos y el Lazarillo, es el único país del mundo que creó todo un género literario, la novela picaresca, dedicado a glosar y hasta celebrar con unas risas las andanzas de los más astutos granujas. Y eso sucedió hace ya ocho siglos. Así que lo de nuestra corrupción no ha empezado este año con don Víctor, don José Luis, don Koldo y doña Bego.
El felipismo supuso un enorme espectáculo de golfería aplicada. Se robó hasta del papel del BOE. El director de la Guardia Civil era un mangui, del que conocimos hasta su modelo de calzoncillos merced a una orgía. El gobernador del Banco de España acabó en el trullo, como el presidente socialista de Navarra. El PSOE fue condenado por financiación ilegal con el caso Filesa (1.200 millones de las viejas pesetas, un pastizal). En paralelo, el muy honorable Jordi Pujol tenía montada en Cataluña una engrasada máquina de trincar y no se movía una hoja sin pasar por su caja registradora. El PSOE continuó luego dándolo todo con los ERE andaluces –hoy felizmente indultados por Pumpido–, que batieron el récord en España de dinero público guindado.
Después tomó el relevo el PP, cuyo tesorero Bárcenas está saliendo ahora mismo de la cárcel. El recital fue también fino. El ministro Matas y el ex vicepresidente Rato conocieron las hospederías del Estado, al igual que dos consejeros de Aguirre. A ello hay que sumar la Gürtel, el apartamiento de Ana Mato y Soria, los desbarres de Fernández Díaz...
Pero a pesar de tan sonados antecedentes es cierto que la acumulación de casos de estos días resulta notoria. Todo un Rey de España vive en una suerte de exilio por los pasos torcidos en su vida personal (y el que fuera su yerno acabó en la cárcel). El presidente Sánchez tiene imputados por corrupción a la persona con la que duerme, a su hermano, al fiscal general y al que fuera su hombre fuerte en el partido y el Gobierno (y no solo no dimite, sino que carga contra los jueces y la prensa, como los autócratas clásicos, y ayer mismo presentó una Reforma Bolaños para acogotar la crítica periodística endureciendo la rectificación).
El anterior presidente de la Federación de Fútbol está imputado por sus zafios chanchullos (y el que acaba de ganar los comicios puede ser inhabilitado en breve). La directora del Centro Nacional de Oncología se encuentra bajo la lupa por posibles chorizadas. La exdirectora del Instituto de la Mujer, otro tanto. Por supuesto tampoco falta en la lista algún empresario, y varios responsables de las viejas cajas de ahorros pernoctaron en su día en prisión.
Aquí el que no golfea ya casi empieza a parecer un panoli. La corrupción se extiende por todos los ámbitos, en una suerte de argentinización de la vida pública española. ¿Por qué? No soy sociólogo ni policía, así que solo puedo aventurar mi punto de vista de gacetillero que asiste asombrado al carrusel de casos. Mi teoría, que puede estar perfectamente equivocada, es que se golfea más porque está empeorando el formateo moral de las conciencias de los ciudadanos (y perdonen el palabro tomado de la informática).
¿Y donde se ahormaban las conciencias bajo un molde de rectitud moral? Pues me temo que principalmente en el seno de las familias. Nuestros códigos de conducta vienen de lo que mamamos del ejemplo de nuestros padres y de las lecciones y prohibiciones con que nos educaron. ¿Y qué está pasando con la familia en las sociedades occidentales? Pues que cada vez abundan más las que están rotas o seriamente averiadas, con lo cual el buen ejemplo se resiente, o incluso se desvanece.
Desengáñense: el Estado no nos va a enseñar a ser buenas personas (y menos el del Partido Sisador Obrero Español). Hay cosas que solo se aprenden en casa, bajo un orden tranquilo que permita que los niños se formen, y a ser posible con un padre y una madre que convivan en armonía. Disculpen este apunte tan horriblemente fachosférico y poco «progresista», pero es así. No se puede crear una sociedad del todo vale y pretender al tiempo que salgan ciudadanos capaces de aceptar límites morales.