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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La jornada laboral de Pepe Fulares

Pepe seguirá defendiendo a los retrógrados independentistas y tapando los chanchullos corruptos que han salpicado a UGT, que ha visto entrar en la cárcel a sus líderes en Asturias y Andalucía

Los reaccionarios se tocan. Porque no hay nadie más retrógrado que un sindicalista liberado viviendo del cuento y un delirante político con mocho creyéndose president en el exilio cuando es solo un cobarde fugado. Pues la simbiosis de ambos especímenes se acaba de celebrar en Waterloo. El líder de UGT, José Álvarez, un asturiano con fular que se hace llamar Pep para hacerse perdonar su origen, se fue a comer mejillones –a falta de mariscos, buenos son estos moluscos, siempre que sean de gañote– con un político casposo, de la ultraderecha nacionalista, racista y supremacista. Pep –más conocido como Pepe Fulares– parecía un ministro más de Sánchez (la verdad es que no desentonaría), que ya había pedido hasta desgañitarse que al fugado se le aplique la amnistía, es decir, que el Estado se salte la ley. Algo muy progresista. Ha comprado la chatarra ideológica del separatismo y se ha manifestado en favor de sus privilegios y mostrado plenamente de acuerdo con que los catalanes vivan de cine mientras los valencianos o canarios las pasan canutas. Este es el teórico representante de la clase obrera, que viaja a Bélgica para legitimar a un prófugo de la Justicia.

Álvarez, el líder menguante de un sindicato menguante como UGT, no está preocupado por los problemas del campo, ni por la cobertura sanitaria de los funcionarios, ni por la Inteligencia Artificial y los estragos que hará en el empleo, ni por la tasa de desempleo juvenil que alcanza un 28,36%, ni por la desigualdad, ni por las multinacionales digitales, ni por los falsos autónomos. Qué va; a Pepe lo que le preocupa es que las élites separatistas catalanas, que son lo más rancio e insolidario que se despacha en política, sigan viviendo sin dar chapa. Como él. Porque Álvarez, la pareja de mariscadas del líder de CC.OO., Unai Sordo, nos acaba de obsequiar con una foto que es la de la ignominia, el oprobio, la vergüenza de cualquier persona con un mínimo de solidaridad con sus conciudadanos. El líder de UGT mira con arrobo al prófugo, sentado a su derecha, dispuesto a perder el gramo de decencia que le quedaba con tal de que Carles apruebe la reducción de la jornada laboral y así Yoli pueda seguir disfrutando de su vicepresidencia con mechas y destrozando la política laboral española. Álvarez se fue a Bélgica el lunes, el mismo día en que Albares trataba de dar un impulso a la oficialidad del catalán en Europa. Y en las tertulias, el equipo de opinión sincronizado trabajando a destajo. Toda la caballería sanchista, a salvar el cutis del jefe.

Este Álvarez ya había amenazado con que continuaría al pie del cañón porque sigue siendo «un currante nato». He de confesar que me costó mantener la mandíbula inferior en su sitio cuando escuché al liberado perpetuo decir que trabaja y que hay que reducir la jornada laboral. Reducir la suya es metafísicamente imposible. No existe. En ningún lugar del metaverso va a pegarse la misma vida padre que al frente de un sindicato en España, donde lleva sin pegar un sello desde tiempos de los godos, ni podrá cobrar el pastizal que se levanta hoy. Pastizal que no conocemos porque los representantes de la clase obrera jamás han hecho público –la transparencia solo opera para reclamársela al Rey– sus nóminas; me malicio que los ceros a la derecha deben ser inversamente proporcionales al estajanovismo del amigo de los separatistas.

El negocio de Pepe es ser un parado sindical que acostumbra a hibernar mientras gobierna la izquierda y que resucita cuando la derecha manda. Si estuviera gobernando Feijóo tendríamos a Álvarez y Sordo convocando huelgas generales a los postres de todas las comidas. Sin embargo, estos peritos en mariscadas llevan en el sarcófago desde que Zapatero ganó las elecciones en 2004 y solo han salido un rato, coincidiendo en el tiempo con el gobierno de Mariano Rajoy (al que hicieron dos huelgas generales), para decir a los españoles que el PP mataba a la gente de hambre, mientras ellos manipulaban a los jubilados o yayoflautas para lanzarlos a manifestarse porque la malvada derecha les iba a quitar las pensiones.

Están Álvarez y Unai hechos unos tiernos bambis, a los que de vez en cuando hace cucamonas Yolanda Díaz, que ve en ellos a los herederos del sindicalismo de la lucha obrera de su padre. Allí se han quedado estos dos desahogados, instalados en un planteamiento sindical del siglo XX superado ya por los tiempos, que cree que de la teta del Estado hay que seguir extrayendo leche para repartir entre afines que luego lo agradecerán votando a la izquierda, en un círculo vicioso que ha tenido en los ERE de Andalucía y en los cursos de formación de los sindicatos sus exponentes más primorosos.

Pepe seguirá defendiendo a los retrógrados independentistas y tapando los chanchullos corruptos que han salpicado a UGT, que ha visto entrar en la cárcel a sus líderes en Asturias y Andalucía. Pero estemos tranquilos: el jefe de UGT, ese currante nato, seguirá de chico de los recados de Sánchez hasta que la nómina aguante.