El último mantequero
Leo que ha fallecido don Juan Bravo Basarán, y esa muerte me ha entristecido sobremanera. Lo resumen sus hijas Elena y Marta. «Impulsor y corazón de Mantequerías Bravo. Trabajador incansable hasta el último día»
El Madrid de mi infancia, y en concreto, el barrio de Salamanca, era una sucesión de grandes mantequerías. Las Leonesas, de Amílcar Rubio, las Mantequerías Olmedo, y por supuesto, las Mantequerías Bravo, las resistentes, la que mantiene hoy en la calle de Ayala, entre Claudio Coello y Serrano, la estética de su escaparate antiguo, que antiguo es todo lo que existía cuando mi niñez. Siempre que vuelvo a Madrid, a mi ciudad, a mi barrio, paso por las Mantequerías Bravo y por la Frutería de Vázquez, también en Ayala, mínima y abarrotada, adornada primorosamente. En Bravo compro cualquier cosa, porque de no hacerlo, me asalta el remordimiento de abandonar Madrid de vacío. Y en Vázquez, criadillas de tierra procedentes de Extremadura.
Leo en las esquelas de ABC que ha fallecido Federico Mayor Zaragoza, al que Ramón Pérez-Maura dedica en El Debate su justa, dura y valiente necrológica. Esquelas ligadas a la noticia, porque Mayor Zaragoza, exaltado falangista que desembocó en amigo de los etarras, fue demasiadas cosas en su larga vida. Y en otra esquela, pero no acompañada de noticia alguna, leo que ha fallecido don Juan Bravo Basarán, y esa muerte me ha entristecido sobremanera. Lo resumen sus hijas Elena y Marta. «Impulsor y corazón de Mantequerías Bravo. Trabajador incansable hasta el último día. Mantequero, padre, abuelo, inventor, relator y relojero. El mejor consejero y el mejor amigo». El resto de las esquelas nos anuncian el óbito de Mayor Zaragoza, el camaleón de referencia de la política española. Pero mi tristeza se ha centrado y resumido en la modesta esquela de Juan Bravo Basarán, entre otros motivos, porque la vida de mi barrio, sin su establecimiento, no sería la misma. A la manera del «Harrod´s» londinense «nada hay en el mundo que no pueda adquirir en Harrod ´s», se puede decir de las Mantequerías Bravos que «no hay delicia gastronómica, culinaria o vinícola que no pueda comprar en Bravo». El continente no ha cambiado. El contenido, en nada se parece a las mantequerías de mis primeros años. Se habla del «Fauchon» de la plaza de «La Madeleine» en París. Los franceses siempre nos aventajan en la publicidad de sus templos gastronómicos, pero «Bravo», en mi modesta dimensión, en nada tiene que envidiar por la calidad de los productos que ofrece al primer «Fauchon» parisino. Y ese milagro madrileño lo consiguió don Juan Bravo, el mantequero, trabajando hasta el último día y buscando en su negocio la imposible perfección.
Las grandes superficies eliminaron las tradicionales mantequerías. Bravo resistió y orientó su mercado hacia la excelencia. Los empleados que entraron de niños de reparto se jubilaron y se jubilan en Bravo. Los de ayer, igual de amables que los de hoy, como si hubieran cambiado los rostros, pero no la profesionalidad, la amabilidad y la simpatía. La bodega que hoy ofrece Bravo es inabarcable. Y todo es consecuencia del trabajo, la honestidad y la tradición. Han desaparecido muchos comercios en el barrio de Salamanca, y han sido reemplazados por otros. Pero Bravo, Vázquez y Mallorca se mantienen, y el barrio se distingue de otros por su supervivencia. Antaño, en las mantequerías se hablaba el español llano de Madrid, y ahora se oyen expresiones y dichos nuevos con acentos de nuestros hermanos de la Otra Orilla, como llamaba Foxá a Hispanoamérica.
Pero Bravo ha resistido el cambio que demandan las nuevas generaciones sin perder su imagen y su calidad.
Esa muerte sí que me ha dolido.
La de un trabajador incansable que aportó todo lo que podía dar de sí para engrandecer Madrid. Alubia a alubia, conserva a conserva, botella a botella hasta lograr la excelencia.
A personas como Juan Bravo Basarán, Madrid les debe mucho.
Y yo, pensándome niño, le escribo su homenaje.