Fundado en 1910
Enrique García-Máiquez

Agua y aceite

El principal anhelo de los votantes de PP y Vox es poner fin al gobierno de Sánchez, y el entendimiento entre ambos queda como la única vía posible

Uno de los deseos más repetidos para el año que viene, por lo que voy viendo y escuchando, es que los Reyes Magos nos regalen el final del Gobierno de Sánchez. Dirá alguno que es cosa del ambiente en el que me muevo, pero me muevo en tres ambientes distintos y en los tres se escucha lo mismo, con independencia de la sensibilidad política de unos y otros. Antiguos de UPyD o Ciudadanos, peperos de toda la vida, por supuesto, y de Vox, ni digamos. Más allá de mis ambientes, las encuestas dan que una mayoría de españoles preferirían prescindir del presidente.

La resistencia manual de Pedro Sánchez se opondrá a estos deseos, pero la suma de voluntades en una democracia debería imponerse a los manejos del poder por mantenerse. El auténtico inconveniente que se atisba a medio plazo es la incompatibilidad entre el PP y Vox, que, hoy por hoy, son agua y aceite, incapaces de entenderse.

Hasta hace nada podría decirse, con gesto de hombre de mundo, que, al final, cuando se tratase de trincar presupuesto y ocupar sillones, ya se pondrían de acuerdo. Ya no, porque Vox fue capaz de romper hasta cuatro gobiernos regionales con sillones y presupuestos porque el PP no quería atender a su negativa a repartir por España más inmigrantes ilegales. Lo del agua y el aceite no es puro postureo preelectoral.

Sin embargo, el principal anhelo de los votantes de ambos partidos es poner fin al Gobierno de Sánchez, y el entendimiento entre PP y Vox queda como la única vía posible. En las encuestas, los votos de ambos son, con las lógicas fluctuaciones, absolutamente resistentes. Ni uno consigue la mayoría ni el otro pierde comba. Ni Vox desaparece, como querría Feijóo, ni da el sorpasso, como querría Fúster. Siempre se necesitan para sumar.

Las otras sumas son imposibles. Por más que Juanma Moreno se empeñe, el voto con los nacionalistas de Puigdemont y del PNV no tiene chicha ni txitxa ni shisha. Primero, por la dictadura del álgebra: no da la suma. Y segundo, porque los nacionalismos han vendido una versión demonizada del PP para poder pactar con Sánchez. Su electorado no entendería ahora un pacto con Feijóo, por más carantoñas que les hagan.

Una alternativa para que la que sí dan los números sería la gran coalición: pactar con los restos de un PSOE post Sánchez. En el Parlamento Europeo votan juntos sin solución de continuidad. Sin embargo, en España el enfrentamiento entre ambos partidos ha calado tan profundamente en sus sendas bases electorales que un acuerdo es suicida, como poco para el que facilite el acceso al Gobierno al otro.

El cálculo más elemental nos deja ante el hecho ineludible. La única posibilidad es la del agua y el aceite. ¿Es un problema insoluble? Pensando en eso, he recordado nuestra freidora, con perdón. Tiene un sistema ingenioso que consiste en mezclar (en principio) el agua y el aceite. Como no se mezclan, el agua queda abajo, plateada, y el aceite arriba, dorado. Mientras el aceite fríe, el agua recoge la suciedad del proceso. Luego se cambia el agua, y se purifica la freidora.

La moraleja es que el hecho de que el agua y el aceite no se mezclen ni confundan puede resultar útil. Quizá no es un ejemplo muy elegante ni sutil, pero, si se quiere hacer una oposición eficaz a Sánchez, puede servir. No hace falta fingir acuerdos más allá de la voluntad de cambiar el Gobierno, no hay que aparentar una compatibilidad ideológica que parece imposible, basta con tener claro el objetivo, y repartirse el gobierno y las políticas con equidad y sin traiciones, con inteligencia táctica también. ¿Alguien en alguno de los dos partidos está trabajando con esta posibilidad? Más que nada porque, con los números que dan las encuestas, por más rabia que dé a algunos, no hay otra.