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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Progresismo

Acaso nuestros lectores jóvenes se sorprendan al saber que un día fue motivo de orgullo que te llamaran progre

Los medios de comunicación convencionales, los caducos, no llevan bien el progreso (que es solo tecnología). Vaya paradoja para un oficio tan progresista. Ocurre que la palabra progresista deja perdurables efectos en la percepción, igual que izquierda y extrema derecha (derecha sin más no existe para los caducos). El progresismo es la gran ilusión de la modernidad. Esparce una esencia compleja de perfume caro y raro, siendo las notas más destacadas el optimismo, el materialismo y el historicismo. La versión coloquial española era «progre», pero propició tanta chanza que ya nadie quiere el título. Acaso nuestros lectores jóvenes se sorprendan al saber que un día fue motivo de orgullo que te llamaran progre. El tiempo y los usos hacen su trabajo con el lenguaje, y es en el léxico donde primero asoma el ridículo. En mi juventud nos reíamos al ver incluidas en el Diccionario palabras como «fetén». En consecuencia, volvíamos a manejar el término en broma, lo que le insuflaba algo de vida. Así, la Real Academia podía justificarse citando un uso extemporáneo y equívoco.

Con «progre» no hay nada que hacer. El adornado con el adjetivo sabe al instante que solo hay ofensa, que todo lo bueno que otrora hubiera conllevado «progre» estaba marchito. Evalúa la gravedad del insulto —esto es muy significativo— de acuerdo con su grado de afinidad a la ideología (?) supuestamente progresista. (Evito hablar de «compromiso», pues merece columna propia). Así, si llama usted progre a un compañero de trabajo con militancia en la extrema izquierda (en realidad ya solo existe esa izquierda, la socialdemocracia se la han quedado los populares), él se sentirá herido donde su padre habría sonreído satisfecho. Es porque su compromiso (ojo) le ha sensibilizado en extremo. Hay algo para lo que un izquierdista no está preparado: que se rían de él. Ese traje se lo confeccionamos entre mucho tiempo ha. Sin embargo, llámale progresista (en realidad otra ofensa) y le sonará a música celestial.

No se puede exponer la falsedad intrínseca del progresismo no tecnológico tirando de humoradas, consignas o caricaturas. Exige algo de esfuerzo intelectual. Aquello funcionó con los «progres» porque eran una tribu con rasgos estéticos bien definidos y con una hipocresía tan llamativa que cualquier ejercicio costumbrista en una columna les tumbaba. Cierto que el progresista de hoy se merece exactamente lo mismo, pues no le va a la zaga en hipocresía a su apócope, y en estética es tan plano como las obras que compra María Blasco en su feroz lucha contra el cáncer. Sin embargo, aquí no se trata de romper un dibujo, sino un concepto tan falso como arraigado: la idea de que la Humanidad mejorará con el paso del tiempo… siempre y cuando siga una ruta materialista colectiva y revelada. Ruta historicista, con activas fuerzas profundas y elemento teleológico. Ruta desalmada que exige cada vez el sacrificio de la Humanidad presente en pos de la futura. Que, por cierto, será inhumana al no tener apego a la propiedad. Ilusión chorreante de sangre.