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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Tontos de la tradición

La tradición sólo es buena si es buena la tradición. Hace años, en unas fiestas populares, se tiraba desde lo alto de la torre de una iglesia a una cabra. Y se prohibió la mala tradición. Y bien prohibida permanece

El purista de la tradición acostumbra a ser un mentecato. Me refiero a actos tradicionales absurdos, de mal gusto y a Dios gracias, en estado de paulatina desaparición a pesar de los mequetrefes que se creen representantes de la hidalguía de la caza. Soy partidario de la caza, soy montero, creo que, sin la caza, la caza desaparecería, y tendrían nuestros nietos que acostumbrarse a sentar en su mesa a lobos, venados, cochinos y muflones, cada unos con sus respectivas tendencias en la conversación. Pero siento un profundo asco cuando, después de una montería, nuestros cazadores del futuro, tienen que padecer el mal gusto de una ceremonia tradicional particularmente repugnante y adversa al señorío de la caza. El noviazgo. Una falta de respeto, no sólo al nuevo montero, sino a la pieza abatida. Entre Bambi y los memos de la tradición media largo trecho, tan largo como el que separa a Mozart o Beethoven de Víctor Manuel y Ana Belén, o a Velázquez y Goya de Tapies y su calcetín pringoso como obra maestra. O de las idioteces que, por muchos millones de euros —un millón ya es mucho—, ha comprado la señora o señorita Blasco Marhuenda, bióloga molecular enchufada, y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, disminuyendo el presupuesto de los investigadores y adquiriendo por más de dos millones de euros obras de supuesto arte que no admiten indulgencias para no ser consideradas auténticas chorradas. Y según parece, cobrando sobresueldos, lo que nada tiene de extraño por su militancia o aproximación ideológica al PSOE.

BarcaLu Tolstova

Hay tradiciones que necesitan ser extinguidas para que los futuros cazadores no se sientan disminuidos en el cumplimiento de la auténtica tradición, que es cazar con todas las de la ley, y sin complejos, o acusaciones demagógicas. En la actualidad, en los campos que pertenecen a señores, el noviazgo es una broma pasajera y liviana. Un breve chorrito de agua sobre la cabeza, como el bautizo, y asunto resuelto. Pero hay cazadores puristas con espacios en los periódicos y en los canales especializados, que gustan de filmar la peor versión de la montería. El novato o novio atado a un árbol, mientras los majaderos esparcen sobre su rostro sangre y vísceras de la pieza abatida. Y se ríen mientras cumplen esa puerca tradición, que desmorona —a mí, al menos—, el argumento fundamental en defensa de la caza, con independencia de la importancia que la caza tiene en muchas zonas de España con decenas de miles de familias económicamente ligadas a su actividad.

La tradición sólo es buena si es buena la tradición. Hace años, en unas fiestas populares, se tiraba desde lo alto de la torre de una iglesia a una cabra. Y se prohibió la mala tradición. Y bien prohibida permanece. El presente texto me va a proporcionar más chorreos, animadversiones y críticas que cualquier opinión política. Existe un sector montero en España que se resiste a eliminar la peor tradición de nuestras monterías. Son los puristas, los gorrones de la publicidad en los canales de televisión, los mantenedores de las costumbres que llenan de razón a los enemigos de la caza, imprescindible para mantener las especies y prestigiar a España como uno de los destinos cinegéticos más reclamados y deseados del mundo.

Este texto no recomienda la reflexión. Exige la desaparición del mal gusto y la salvajada posterior a la montería.

Dicho sea sin respeto alguno a los puristas reincidentes.