El dominio cognitivo
Cuando los cambios en el entrono industrial y corporativo producen tensiones sociales éstas acaban repercutiendo en la calidad de la convivencia, erigiendo muros y convirtiendo al vecino en enemigo. La comunicación degenera entonces en tergiversación partidista
Una de las características de nuestro tiempo es que la gente cuenta. Puede parecer una obviedad, pero conviene tener en cuenta que este hecho es reciente, que a lo largo de la historia han sido unas minorías las que han asumido la responsabilidad de tomar las decisiones fundamentales para gestionar la vida en comunidad. Este hecho es aún más evidente cuando nos referimos al ámbito de la acción exterior.
A partir de la Revolución Burguesa, proceso socio-político vinculado a la I Revolución Industrial, se reconoce el derecho de determinados grupos sociales a participar en el proceso de toma de decisiones. El paulatino crecimiento de la riqueza, y con ella de las clases burguesas y medias, creó el marco apropiado para que dicho derecho se fuera generalizando hasta la constitución de las democracias contemporáneas.
Si el número de actores aumenta el poder político se encuentra ante el reto de ganar su voluntad. La explicación profesional de problemas complejos tiene sentido en sede parlamentaria, pero no en la calle. La forma más sencilla de motivar es el sentimiento, de ahí que el nacionalismo fuera el hijo natural de la Revolución Burguesa, desbrozando el camino a los nuevos movimientos autoritarios y totalitarios característicos del siglo XX. Si la democracia es la forma más legitima y justa de ordenar la vida en comunidad, la que mejor garantiza el respeto a la dignidad humana y la libertad de cada uno de nosotros, también es cierto que depende de la calidad de la ciudadanía, de su capacidad y voluntad para ejercer sus derechos y obligaciones con competencia y responsabilidad.
Las formas de acción política van de la mano de la tecnología. Con los periódicos se trató de consolidar culturas políticas. Con la radio se pudo llegar a más gente durante más tiempo. En la medida en que una sociedad era más madura los medios eran más profesionales, siendo capaces de armonizar pluralidad con veracidad. Cuando los cambios en el entrono industrial y corporativo producen tensiones sociales éstas acaban repercutiendo en la calidad de la convivencia, erigiendo muros y convirtiendo al vecino en enemigo. La comunicación degenera entonces en tergiversación partidista. Es lamentable el espectáculo al que asistimos cotidianamente por el que medios de comunicación o entidades educativas se prestan indecentemente a sacralizar un relato sobre aspectos del pasado o de la actualidad de espaldas a la verdad. Ni buscan enseñar ni comunicar, sólo formar desde la ideología, en un ejercicio de ingeniería social incompatible con la democracia.
Estamos viviendo tiempos extraordinarios en innovación tecnológica, que acabarán conformando un nuevo modelo de sociedad. Disponemos ya de adelantos de lo que serán algunas de las aplicaciones más rupturistas, como es el caso de la inteligencia artificial. Un instrumento formidable, con el que se podrá hacer mucho bien o mucho mal, según la voluntad o el criterio de quienes la programen o utilicen. Los jóvenes, y algunos no tan jóvenes, se están acostumbrando a «preguntar» a estas aplicaciones sobre temas tan complejos como diversos sin pararse a pensar de qué fuentes se nutren. Para cualquier académico, sea cual sea su especialidad, la veracidad de los datos con los que trabaja es un hecho capital, que puede cuestionar el trabajo de años. Hoy ya encontramos a responsables de estas corporaciones reconociendo la dificultad de discernir qué fuentes son fidedignas y cuáles no. En cualquier caso, para el comunicador político el llenar el espacio con su relato se ha convertido en un objetivo crítico, contaminando así el trabajo de las aplicaciones de inteligencia artificial, que acaban dando veracidad, como si de cibernotarios se tratara, a argumentos tan falaces como interesados.
Si en los estados democráticos el problema fundamental de las aplicaciones de inteligencia artificial es seleccionar fuentes fiables y evitar sesgos ideológicos, en aquellos otros abiertamente dictatoriales el objetivo es garantizar la cohesión y calidad del relato partidista. Puesto que de manera creciente los ciudadanos occidentales podrán disponer de esas otras aplicaciones, su exposición a la mentira interesada aumentará.
Porque la gente cuenta, el controlar su mente se ha convertido en un campo de batalla. En términos militares se denomina «dominio cognitivo», aunque el tema va mucho más allá de la defensa. Es, sobre todo, un espacio de competencia política. Se trata de definir identidades, organizarlas en grupos cerrados y nutrirlas de relatos coherentes. Ya sabemos que el hombre teme la libertad, se siente indefenso fuera del rebaño, desconfía de su propio criterio y busca la comodidad. La democracia es flor de invernadero y cada generación tiene que luchar para preservarla y actualizarla. La Revolución Digital nos está planteando ya nuevos retos y oportunidades. De nosotros, sólo de nosotros, depende el futuro de nuestra libertad. Que nadie se engañe, no podrá haber libertad si renunciamos a la verdad.