Feijóo pacta con Puigdemont, ojo
Ya tenemos nuevo relato de quienes viven encamados con Puigdemont, Junqueras y Otegi
No deja de ser chistoso que quienes más critican una coincidencia puntual entre Feijóo y Puigdemont, para evitar un sablazo fiscal a las empresas energéticas, que al final siempre pagan los ciudadanos y siempre cobra el Gobierno, sean los mismos que llaman «mayoría de progreso» al chantaje de Junts, Bildu, ERC, el Bloque, Podemos, Sumar y Compromís al presidente títere que tenemos, una especie de Monchito que abre la boca para soltar las palabras exactas que, desde la penumbra, pronuncian sus ventrílocuos, alocados todos y a menudo antagónicos entre ellos.
No se le puede pedir coherencia a quienes viven con la mano extendida para recibir el aguinaldo sanchista y, por ello, están dispuestos a sostener que el borrado de mensajes del Fiscal General es una prueba de su inocencia, que el viaje de Begoña Gómez con Aldama al extranjero es una casualidad o que el pobre Pedro es la víctima de un golpe de Estado de togas y plumas concertadas.
Pero cabría exigirles un poco de discreción, una pizca de inteligencia y decoro para elaborar sus argumentos de defensa y que no ofendan por su simpleza: el PSOE y VOX han coincidido en cerca del 30 por ciento de las votaciones en el Congreso, sin que a nadie se le ocurra decir que Sánchez y Abascal tienen un pacto secreto que, más allá de la retórica pública, refuerza al PSOE en la Presidencia más tétrica de la historia de España.
El nacionalismo catalán, como el vasco, es de derechas. Pero de una derecha distinta a la española, que en su versión mayoritaria siente cierta pereza por hablar de identidad, no libra batalla cultural alguna y suscribe una parte importante de la agenda que mantiene su alianza con la socialdemocracia en Europa: es la manera, según los laboratorios electorales, de ganar Elecciones, y ahí tienen los casos de Andalucía, Galicia, Aragón o la Comunidad Valenciana para demostrarlo: los resultados más calientes se consiguen nadando en las aguas más templadas, al parecer, aunque en el viaje corras el riesgo de perder el bañador y no ver las olas de siete metros que se adivinan en el horizonte.
Si Junts y el PNV no fueran un negocio, ante todo, claro que su entendimiento con el PP sería razonable: entre Puigdemont y Junqueras o entre Ortúzar y Otegi hay más diferencias insalvables que entre ambos y Rajoy o Feijóo; pero la agenda xenófoba y los beneficios económicos que les reporta pesan más que la posibilidad de ofrecer una alternativa al delirio populista, antisistema, incompetente y profundamente agresivo de la coalición Frankenstein, que también incluye ya a la Momia, al conde Drácula y al Hombre del Saco en esa parada de los monstruos que nos gobierna.
Pero como no hay ni habrá manera de que el nacionalismo periférico conservador se centre un poco, salvo que Feijóo se descentre y pague lo mismo que Sánchez, las únicas dos maneras de que en España haya una alternativa seguirán siendo que el PP y VOX se entiendan o que un PSOE sin Sánchez deje gobernar al partido más votado para librarse del secuestro que ahora vive.
Más que entenderse con Junts, que es una amalgama de flipados con corbata, la derecha española debe preguntarse por qué no crece en el País Vasco y en Cataluña. Y la respuesta no resulta fácil de adivinar, aunque sí es más sencillo señalar cuál no es, seguro, la correcta: pedir disculpas por creerse a España y no molestar demasiado, a ver si con suerte a alguno se le escapa un voto y con eso logramos un diputadito.