Injusticia
Las inocentadas tienen su sitio y su fecha
Hoy, que es jornada de felicidad, me atrevo a empañarla comentando una grave injusticia. Todas las decisiones injustas son graves, pero después de repasar los nombres de los artistas premiados con la Medalla de las Bellas Artes por el bello Urtasun, creo que la fecha idónea para hacer pública su tradicional deposición es la del 28 de diciembre, Los Santos Inocentes. Las inocentadas tienen su sitio y su fecha.
Las Grandes Cruces a título póstumo son innecesarias. En esta ocasión le ha tocado el turno a la recientemente fallecida Marisa Paredes, más por su animadversión a Isabel Ayuso que por su trayectoria artística, que ha sido correcta, pero nada más. Pero lo que más me ha herido es que, de nuevo, han sido olvidados los dos grandes escritores de nuestros días, que han demostrado su coraje y valentía rechazando el español como lengua en su actividad literaria. Ahí hay que reconocer que Urtasun acierta, premiando a artistas que no conocen ni sus padres, pero los casos de Imanol Bidebietaurruchurtu y de Ferrán Solá dels Pirineus, pasan ya de castaño oscuro. Un año más sin premiar las, posiblemente, dos mejores novelas publicadas en España escritas en idiomas autonómicos. Bidebietaurruchurtu con su preciosa fábula «El Funicular de Igueldo»,
« Igeldoko Funikularra» en batúa, y Solá dels Pirineus, con su valiente reconocimiento, novela personal y autobiográfica, « Eusebio, mi marido Trans», que se regala en las librerías en su versión original en catalán
«Esubeio, el meu marit Trans».
El funicular del Monte Igueldo de San Sebastián se inauguró en 1912. La novela de Bidebietaurruchurtu es conmovedora. Son dos funiculares. Uno sube y el otro baja. Cuando parece que pueden colisionar, la vía se dobla y se cruzan casi rozando, el uno con el otro. Se les conocía como el azul y el amarillo, por la publicidad que llevaban en los frontales de los vagones. Chocolates «Louit» sobre azul, y Máquinas de Coser «Sigma» sobre amarillo. En «Igeldoko Funikularra», el autor se recrea en el amor imposible. Llevan más de un siglo cruzándose y rozándose en decenas de desplazamientos diarios, y todavía no se han besado. La narración es bellísima, pero sin caer en la cursilería. El idioma vascuence es seco. Se cuenta que Javier Arzallus – Arzallus y no Arzalluz, que lo de la «zeta» vino más tarde-, al colgar el hábito jesuítico, tuvo dos novias. No se decidía por ninguna de las dos. No se besó con ninguna, como los vagones del funicular. Y al fin se decidió. - ¿Quieres casarte conmigo? Eres mejor cocinera que la otra-, y hubo boda. Pero no se extralimitó en besuqueos y tonterías. Sinceridad sin adornos. No obstante, Arzallus tuvo más suerte que el «Igeldoko Funikularra», que lleva casi 113 años sin conseguir que sus vagones se besen. Creo que se trata de una obra de arte literaria. Y a su lado, completamente diferente, más abierta, más de Urtasun, la autobiografía de Solá dels Pirineus, « Esubeio, el meu Marit Trans». Don Ferrán no tuvo suerte con las mujeres. Le parecían femeninas. Y al fin, conoció a Eusebia López Pelusilla, natural de Alcázar de San Juan. Eusebia vivía en Martorell y trabajaba en la SEAT. Y el amor se estableció entre uno y otro. Eusebia era alta y fuerte, poco femenina según los cánones, y el gran escritor pirenaico le ofreció matrimonio siempre que se sometiera al cambio de sexo. Eusebia no vaciló. Entró en el quirófano con huchita y salió con un trabuco descomunal. Son felices. Y plasmó su felicidad en un valiente relato «Esubeio, el meu Marit Trans», que merece no sólo la Medalla de Oro de Bellas Artes, sino que bauticen una estación con sus nombres. «Estació de Rodalies Ferrán i Esubeio». Pero nada. Ni el uno ni el otro.
Y me ha entristecido la Navidad esta tremenda injusticia, aún reconociendo que me he divertido mucho mientras escribía sus pormenores para los lectores de El Debate, que espero, sepan perdonarme.