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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Viva la República

El frentepopulismo resucitado sería cómico de no tener un patrocinador relevante.

Actualizada 01:30

Alemania, Francia o Estados Unidos son Repúblicas, y todas ellas funcionan con un parecido mayor a la Monarquía Parlamentaría que al delirio republicano español, saldado con sendos fracasos en los dos experimentos perpetrados desde el siglo XIX, ambos proclamados pero no votados por los ciudadanos.

La primera fue un caos y la segunda, además de serlo, murió por los mismos agentes que hoy desestabilizan la democracia vigente, esa coalición de antisistema, populistas e independentistas que buscaba la revolución y la fragmentación, pero no el orden republicano, tan parecido en realidad al monárquico al sustentarse también en la unidad, la ley y la disciplina.

No hay valores verdaderamente republicanos en España, pues, donde priman los ímpetus guerracivilistas y frentepopulistas que ya se cargaron el último experimento, con la misma insensatez con la que ahora dirigen sus miradas contra el «régimen del 78»: el alzamiento militar fue más contra esa pulsión revolucionaria que contra un sistema concreto, ahora idealizado por los mismos que hicieron lo imposible entonces por cargárselo, como reconocía desde la amargura del exilio el último presidente de la República, Manuel Azaña, en una especie de diario confesional escrito antes de morir que haría bien todo el mundo en leer para encontrar inquietantes similitudes entre aquellos tiempos y los nuestros.

Los verdaderos partidarios de aquel orden institucional lo serían hoy de la Monarquía Parlamentaria, pues entenderían como entonces que los sistemas son un medio, y no un fin, para lograr el objetivo de garantizar un espacio común de igualdad, prosperidad y cohesión: más allá de pasiones ideológicas, de sentidos históricos y de gustos personales, a ningún demócrata debiera preocuparle que la fórmula institucional de un país sea una u otra si en ambos casos atienden al mismo afán democrático. Por eso hay ejemplos de éxito y de fracaso en cualquiera de los modelos.

Y por eso hay que recordar, las veces que haga falta, que los niños de San Ildefonso que intentan cantar aquí el Gordo republicano solo son de dos tipos: los que se dan el lujo de defender un modelo para homenajearse a sí mismos desde un confort que les salva de las consecuencias de su frivolidad y los que, simplemente, aspiran a jugar el partido de vuelta de la Guerra Civil, desde ese frentismo cainita que considera al adversario, simplemente, un enemigo a abatir por cualquier método.

El discurso navideño del Rey, por ejemplo, siempre es un buen detector de tontos, caracterizados por el antagonismo entre su tendencia a hablar en nombre del pueblo y la indiferencia electoral que el pueblo siente por ellos: ahí tienen a la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, sin oficio pero con beneficio, reclamando la abolición de la Monarquía y el nombramiento de «una presidenta de la República», pese a que ni ella ni su madrina, Irene Montero, tienen votos suficientes siquiera para ser la reina del baile en una hipotética fiesta de instituto de pueblo.

Un buen republicano sería hoy en España un monárquico firme, como a la inversa ocurriría si el modelo vigente fuera el francés y no el de las checas, la quema de conventos y el ajuste de cuentas balcánico.

A esto último, que se cargó la República y quiere cargarse la Constitución, solo lo auxilia un invitado inesperado, mecido en exclusiva por las olas de su interés bastardo: se llama Pedro Sánchez, lidera al PSOE, y representa el único riesgo real de que las dos Españas enterradas en 1978 vuelvan a helarnos el corazón. En lugar de luchar por el futuro, se ha instalado en el pasado de la batalla del Ebro y ya coquetea peligrosamente con la idea de abrir esa Caja de Pandora.

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