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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Un poco de Franco

Sánchez acaudilla un pulso a la propia historia para tapar sus vergüenzas

Sánchez estrenará año con un aquelarre antifranquista que difícilmente le servirá para desviar la atención sobre la cuesta de enero judicial que le aguarda, con visitas al juzgado de los más ilustres miembros de su parque temático político y familiar.

Si la acusación de «lawfare» a los jueces y de fabricantes de bulos a los periodistas destapa su desesperación por lo que unos y otros hagamos en un país en el que, a su pesar, aún sobreviven rescoldos del Estado de derecho y de la libertad de información; el recurso al famoso francomodín delata sus escasas herramientas defensivas ante todo lo que le viene encima.

En realidad, Sánchez es bien previsible y no hace falta ser un fino estratega para darse cuenta de cuál es su juego: acabar con los contrapoderes por el pánico que le provoca la posibilidad de acabar él mismo en el banquillo y, para disimular ese obsceno objetivo; generar una tensión guerracivilista que desvíe la atención de su calvario y justifique su deriva antidemocrática.

Si los jueces hacen su trabajo sin injerencias y los periodistas no alineados con el Régimen hacemos el nuestro en un clima de razonable distensión social; hay pocas dudas de cómo acabará Sánchez: dimitido por la escandalosa sucesión de abusos en su entorno más cercano, de la que es responsable político en el mejor de los casos y cómplice directo en el peor.

Y como ese riesgo es tan evidente como inasumible para alguien que justificó su llegada al poder en la necesidad de regenerar la res pública y ahora la somete a una presión genuina de latitudes tropicales, hará todo lo que esté en su mano para intentar evitarlo: no se juega simplemente el poder; también su futuro personal.

La convocatoria de una especie de sanfermines franquistas, estrenados con una zancadilla al Rey en forma de una invitación que no puede atender y servirá para ubicarle un poco en la «fachosfera» por si acaso, evidencia también la poca imaginación de la maquinaria socialista y su disposición irresponsable a reescribir la historia de éxito que es la Transición para adaptarla a un guion fantasioso en el que Sánchez, un héroe de la democracia, derrota al franquismo escondido tras la Carta Magna e infiltrado en la justicia, la empresa y la prensa.

Por infantil que sea el diseño del relato, no faltarán altavoces subvencionados para suscribirlo y airearlo, ni masas populares dispuestas a ejercer de una especie de maquis invitado a la fiesta para defender sus posiciones y librar a España de una involución que, le dicen, recorre el mundo bajo el nombre oficioso de «Internacional Ultraderechista».

Al corto plazo esa polarización dará algunos frutos, sustentado en la evidencia de que todo país tiene siempre alguna deuda pendiente consigo mismo cuando hay víctimas de por medio, pero al medio y al largo solo servirá para acelerar una reacción bien distinta a la deseada: si la Transición fue un pacto nacional en el que el deseo de reconciliación primó por encima de todo y la democracia fue en sí misma una derogación completa del franquismo; la vendetta frívola de Sánchez permitirá con el tiempo una revisión de la historia española del siglo XX sin apasionamientos, que no le quitará las sombras ya conocidas pero le añadirá algunas nuevas.

Por ejemplo, las de una izquierda indultada con inmensa generosidad que, en realidad, fue determinante en la provocación culminada con una guerra, estuvo desaparecida durante el franquismo, dejó morir en la cama de viejo al dictador, se presentó luego a sí misma como si fuera Ulises en La Odisea y finalmente jugó irresponsablemente, para salvar el trasero del nuevo Caudillo, a desatar otro conflicto civil.