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Pecados capitalesMayte Alcaraz

2024

Los oligopolios del progresismo deciden de qué debemos hablar, a quién criticar, quiénes no tienen derecho a vivir, qué electores se han equivocado al emitir su voto y a cuáles cancelar

Leo a Unamuno, que leyó a Schiller, filosofar que el juego es la vida del niño. El niño pasa su infancia jugando: creando. Crean con su fantasía sus juguetes y no dan nada por terminado, y siguen esperanzados creando nuevas ilusiones. Nosotros, los adultos, ya dejamos de ser niños y perdimos esa creatividad, quizá por acomodaticios, quizá por la desidia que nos provoca el ver las cosas como previsibles, por conocidas, por esperadas, por nuestros prejuicios y por los de nuestros antepasados, y nos volvemos pesimistas.

Pero quizá hoy sea un buen día para el optimismo. Tengo un amigo que dice que los años de Juegos Olímpicos son buenos. Hoy empieza uno cuyo principal reto es convivir (sobrevivir, para hablar claramente) con el virus de la covid, con la mutante gripe inmisericorde, con la bronquitis que llega como un turbión y con el dogma sanchista (ese maridaje de mosca Tsé-Tsé y el mosquito Anopheles), plagas todas que corroen cada día nuestras entretelas sin dejar un ápice a la esperanza.

Pedro Sánchez y los algoritmos de las redes sociales han multiplicado la brecha ideológica en España. Los oligopolios del progresismo deciden de qué debemos hablar, a quién criticar, quiénes no tienen derecho a vivir, qué electores se han equivocado al emitir su voto, a cuáles cancelar. En esas redes sociales se pueden propagar falsedades como castillos sin que nada pase, y arruinar la carrera de cualquier ciudadano de bien con solo asociar su nombre a la derecha, al machismo o a los valores cristianos. Nos imponen el lenguaje políticamente correcto, como denuncia Darío Villanueva en su delicioso Morderse la lengua, y ellos son los que determinan quién está en el lado bueno de la vida, juzgándolo desde la superioridad moral que se arroga la izquierda. Es el nuevo 1984 de Orwell: gobierna el dictador Gran Hermano, con un partido único, que establece qué es lo adecuado.

Frente a todo eso, habrá que construir cada uno en su pequeña parcela personal una España mejor, basada en la del 78, la que nos legaron nuestros padres. A partir de hoy, 1 de enero, debemos dejar de agotar nuestras fuerzas como Sísifo y utilizarlas como Atlantes sustentando este país.

Hay que reivindicar la ética, a las buenas personas, a las palabras. Las palabras que antes significaban algo, ya no significan nada. Mentir es mentir y no cambiar de opinión para hacer de la necesidad virtud; los muertos son sagrados y no mercancía para el estraperlo político; no hay relatos políticos distintos sino verdades o trolas, el Parlamento no es un teatro sino la sede de la soberanía nacional. Estas normas tan elementales y necesarias han caído en desuso. Y no debemos consentir que desaparezcan aquellas certezas sobre las que crecimos. En la distopía de Orwell hecha realidad en pleno siglo XXI, el Ministerio de la Verdad defiende que lo blanco es negro y lo negro blanco. Todo sea por el partido del Sumo Líder.

No va a ser fácil resucitar esa bonhomía. Nada bueno lo es. Porque en contra de ese objetivo de recuperar lo que teníamos hay un auténtico ejército pertrecho de los avíos más eficaces: el BOE, los presupuestos del Estado, la nómina pública, el Código Penal, poderosos medios de comunicación, una mayoría en el Congreso sin escrúpulos y con ganas de destruir España y, lo más importante, ni un principio moral en el almario que pueda servir de dique para sujetar todos esos desatinos. Aun a pesar de todo eso, 2024 nos llega con las manos abiertas para que se las llenemos de confianza. Los valores de la lealtad, la solidaridad, el respeto a la autoridad, las buenas formas, la educación, son nuestras únicas armas, pero son las más efectivas porque nos las inculcaron en casa para defendernos en la vida. Conviene no perderlas para defender también en este momento crucial al país que quieren robarnos.

Feliz Año.