Vladímir Putin, veinticinco años de decepción
¿Puede una persona que asesina a sus rivales políticos representar un valor moral? ¿Qué tiene de bueno el asesinato de Alexei Navalny? Y si hay alguien que se crea que eso sólo ocurre dentro de Rusia y que no es nuestro problema que mire la lista de disidentes rusos que han ido cayendo por Europa
Con el Año Nuevo, Vladimir Putin ha cumplido un cuarto de siglo en el poder casi absoluto en Rusia. Creo que es una efeméride muy relevante, pero en realidad a nadie puede sorprender que no se haya jaleado mucho. Dentro de Rusia porque le tienen miedo y a él le debe de quedar una pizca de pudor. Fuera de Rusia porque a estas alturas, si alguien quiere negar la evidencia de cuál es el verdadero Putin, allá él y su conciencia.
En realidad, Putin llegó al cargo de primer ministro de la Federación Rusa el 9 de agosto de 1999 nombrado por el presidente Boris Yeltsin. Y solo el 31 de diciembre de 1999 anunció Yeltsin al mundo que dejaba la Presidencia de Rusia en manos de Putin. Presidencia que ejerce desde entonces con un mínimo intervalo entre 2008 y 2012 para cumplir con el requisito constitucional que le impedía un tercer mandato consecutivo. Entonces intercambió el puesto con su primer ministro, Dimitri Medvedev, llevándose con él todo el poder y, sobre todo, la auctoritas. Y desde 2012, sin disimulo alguno.
Sabíamos ya entonces de él que era un antiguo KGB y que había hecho carrera política en San Petersburgo. Y cabía imaginar que el deplorable estado de salud de Yeltsin, provocado por su alcoholismo, no hacía probable que pretendiera seguir siendo el hombre fuerte de Rusia, el poder en la sombra. Todo lo que pidió fue garantizar las condiciones de su jubilación y ser reconocido como Primer Presidente de Rusia, algo que Putin ha respetado. Yo todavía recuerdo el entusiasmo que me produjo el enfrentamiento de Yeltsin al viejo Partido Comunista el 19 de agosto de 1991. Su imagen sobre un carro blindado frente al Parlamento Ruso provocaba entusiasmo. Desde entonces la relación de Rusia con la libertad ha ido marcha atrás.
Todo lo que Yeltsin representó ha quedado borrado por la deriva de Vladímir Putin. Es verdad que a lo largo de un cuarto de siglo Putin ha puesto cierto orden en el colapso del Imperio Soviético. Él admite que la destrucción de la Unión Soviética es la mayor desgracia de la historia de Rusia. Y en cuanto tiene ocasión procura recuperar territorios perdidos como lleva lustros haciendo. Ha convertido a Rusia en un régimen autoritario en el que discrepa tiene una enorme querencia a caerse por la ventana. Literalmente. Y lleva adelante una política que no engaña a nadie y que tiene como objetivo debilitar a Occidente para ser cada vez más fuerte.
A mí me pasma ver cómo personas a las que aprecio hablan de Putin como de un dirigente que quiere imponer valores morales. ¿Puede una persona que asesina a sus rivales políticos representar o promover un valor moral? ¿Qué tiene de bueno el asesinato de Alexei Navalny? Y si hay alguien que se crea que eso solo ocurre dentro de Rusia y que no es nuestro problema que mire la lista de disidentes rusos que han ido cayendo por Europa. ¿De verdad eso nos da igual?
Putin sedujo a muchos dirigentes Occidentales durante lustros. Todavía recuerdo un ex secretario general de la OTAN que contaba sin arrobo cómo Putin le había invitado a hacer una gira de casi un mes por Rusia cuando él dejó su cargo en Bruselas. Lo bien que le habían tratado, el mucho caviar que había comido y lo deslumbrante de la personalidad del presidente ruso.
Pero lo cierto es que Rusia está hoy a la ofensiva. Y no sabemos hasta dónde es capaz de apostar Putin por mantener su trono. Lo que sí sabemos es que su envite en Ucrania no ha salido bien hasta ahora. Y aunque triunfara mañana, tampoco podría decir que la operación salió bien porque esta guerra no debería de haber durado más de una semana según sus planes. Y para vencer en Ucrania habrá tenido que dejar caer a su aliado sirio y recurrir a tropas de Corea del Norte para que den la batalla que los propios jóvenes rusos se niegan a dar. Y de los muertos, ni hablemos. Vaya éxito.