Fundado en 1910
Cosas que pasanAlfonso Ussía

Escopetazo

El óbito le alcanzó en plena cabalgata de Reyes. Llevaba un tiempo con la cabeza instalada en la niñez, y había escrito una carta a los Reyes Magos excesivamente extensa

De golpe, con cortesía y buena educación, ha fallecido don Riquelme, al que también llamábamos don Práxedes, gran jugador de croquet y capellán de La Jaralera. El óbito le alcanzó en plena cabalgata de Reyes. Llevaba un tiempo con la cabeza instalada en la niñez, y había escrito una carta a los Reyes Magos excesivamente extensa. Les pedía un rifle del calibre 338 para la próxima berrea. Un juego completo de croquet y un mazo carísimo. También un balón de fútbol de reglamento, una equipación naranja del Real Madrid, una pluma estilográfica y una gran caja de lápices de colores «Caran d´Ache». No contento con ello, una fotografía dedicada de Florentino Pérez, un dron, y la colección completa de los discos de Raphael y Perales. Al final, no contento con sus peticiones, había añadido en la carta. «Y lo que Sus Majestades quieran». Ayer por la tarde, bajo un solazo invernal que recordaba a la primavera, le acompañé en su paseo por la recoleta de los magnolios. Estaba muy nervioso.

Barca

— Pasado mañana vienen los Reyes Magos, señor marqués.

— Y muy cargaditos, don Riquelme. Les ha pedido usted muchas cosas.

— Serán, probablemente, mis últimos Reyes. No ando bien de la cabeza.

— Efectivamente, don Riquelme, su cabeza se ha marchado a sus tiempos de niño. Pero de niño muy caprichoso.

— Pero niño bueno. No creo que pueda tener usted quejas acerca de mi comportamiento.

— Las tengo. Usted le gana siempre al croquet a mi mujer, y no contento con ello, le dedica burlas y pedorretas.

–Porque ella es muy tramposa.

Jamás le habían llamado tramposa a Paula, mi mujer maravillosa, a la que rapté del Convento de las Beatrices Calzadas.

— Me parece, don Riquelme, que los Reyes no le van a traer todo lo que ha pedido. Son magos, pero hasta cierto punto. Por otra parte, un sacerdote no acostumbra a pedir a los Reyes Magos un rifle del calibre 338.

— He perdido pericia, y con ese calibre, no se me escapa ni un elefante.

Don Riquelme ha sido el capellán de La Jaralera durante diez años. Sustituyó a don Ignacio y a don Crispín. Y no coincidió en la vida con Mamá. Mi madre no lo hubiera soportado, porque don Riquelme era contestón. Cuando le ruego que rece por Mamá para que le reduzcan los 18.769 años de Purgatorio que le quedan para intentar, cuando San Pedro esté distraído, hacer su entrada en el Cielo, don Riquelme se niega.

— Señor marqués, los curas rasos oramos, pero no hacemos milagros.

Algo de razón tiene. Mamá no fue una mujer digna de subir directamente al Cielo. Me hizo mucho daño. Reveló a sus amigas, todas malísimas, un secreto familiar. Que me resbalé de los brazos de mi ama vasca, Vichori, el día de mi bautizo y me di un golpe con la cabeza en el suelo. —Desde ese momento, mi hijo Susú, se volvió tontito—.

Don Riquelme seguía las incidencias de la Cabalgata por televisión. Cuando los Reyes Magos llegaron al Ayuntamiento de Madrid, fue tal su emoción que dejó escapar el cigarrillo entre sus manos, y emitió un sonido extraño, algo así como «ejemjie», y falleció.

Lo enterramos mañana, día 7 en el Panteón de La Jaralera, sector de Capellanía.

Sus regalos me lo han dejado los Reyes a mí.

Y me han traído el rifle.

Tomás, mi mayordomo, me lo ha dicho de mala manera.

— Se ha quedado usted con lo que no es suyo.

Pero hoy, el sol sigue en lo alto, don Riquelme ya no nos vigila, y me ha dicho Modesto, el Guarda Mayor, que en la zona de la Madroñera, campo cerrado, hay tres o cuatro jabalíes de tronío.

Si cae alguno, se lo brindaré, don Riquelme.

Es muy agradable ser tan rico y tener tantos regalos.