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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Somos feministas, menos con Corina

¿Dónde están las feministas profesionales para defender a una mujer empoderada de un dictador engorilado?

El feminismo gubernamental, que se parece poco al de verdad, es de principios, sensibilidades y reacciones discontinuas: aparece y desaparece como un retortijón o el Guadiana, aunque con una cadencia previsible.

Irrumpirá con fuerza si algún descerebrado anónimo llama «gorda» a Lalachus, que efectivamente lo está, aunque no dirá nada si dos periodistas de cierto renombre y verbo diarreico, Rosa María Artal y Rosa Villacastín, hacen lo mismo con Isabel Díaz Ayuso: el insulto clandestino es gravísimo si la víctima es de las suyas; pero es una simple broma cuando la autoría es de las buenas y la víctima es de derechas.

También pasa lo mismo con las agresiones sexuales: justifican la fatwa contra un género entero, el masculino en su versión blanca, católica y occidental, porque todos los hombres somos «violadores potenciales»; pero silencian las violaciones en manada si las perpetran extranjeros cuya «cultura» de origen sí requiere una reprogramación para que entiendan que la mujer no es un trapo al servicio de un cerdo.

El clímax de este feminismo de pega, que usurpa una causa con intereses electorales y económicos, genera chiringuitos de los que pastar y libra batallas ficticias contra cómplices de las mujeres mientras indulta a sus verdaderos enemigos; ha llegado con el desprecio hacia María Corina Machado, víctima de la represión de un cruel dictadorzuelo engorilado.

Si hay una mujer en el mundo que, en los últimos años, ha dado una heroica lección de empoderamiento, de resistencia, de valentía y de decencia, sin apego por su propia vida, es la líder de la oposición a una tiranía de chapuza y pucherazo, violenta e inhumana, empobrecedora y miserable, es ella.

Lo que por las circunstancias reclamaba el respaldo activo y masivo de todo demócrata decente, por mujer lo exigía de quienes han hecho el leitmotiv de su ascenso político, con un discurso radical que en lugar de afinar los puentes entre ambos sexos, levanta trincheras artificiales para perpetuar un problema hinchado del que extraen ganancias voraces.

Ni Yolanda Díaz ni Irene Montero ni María Jesús Montero, tres de las múltiples hiperventiladas que han hecho de la guerra de sexos o del antifascismo infantil una excusa para medrar, han encontrado un hueco en sus apretadas agendas de ñoñería tragaldabas para enviarle un mensaje de apoyo a la mujer que más y mejor demuestra la necesidad de que ellas tomen el mando cuando, a las virtudes personales, le añaden con su mera existencia un mensaje de superación de cortapisas históricas para las de su género.

No importa que llamen gorda a Ayuso, ni que violen a una niña con un turbante por bandera, ni que detengan, disparen y expulsen a una candidata si quienes perpetran esas fechorías están en el bando correcto y quienes la sufren pertenecen al lado oscuro de la fuerza.

Ésa es la moraleja de la izquierda radical que gobierna España, encabezada por un presidente cuyos desvelos por la mujer terminan en la promoción de la suya propia y cuya defensa de los derechos humanos, las libertades y la democracia consiste en pelear contra el fantasma de Franco, nacido en el siglo XIX, y tolerar la supervivencia de un dictador de carne y hueso, armado y peligroso, que tortura a una mujer valiente para torturar de paso a quienes la querrían al mando.