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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Franco como obsesión

Padecemos un Gobierno corrupto y mendaz. Y no son esas sus únicas «virtudes»

Hay quienes creen que un hombre vive mientras permanece en la memoria de alguien. Por mi parte, aspiro a una forma auténtica de inmortalidad. Pero si lo primero fuera cierto, no cabe duda de que Franco está vivo. Es natural que este PSOE decadente esté obsesionado con él. Les ganó la guerra, la posguerra, murió en el poder y fueron franquistas los que encabezaron el proceso de transición a la democracia. Al parecer, por primera vez en la historia, el fascismo llevó a la democracia. Algo insólito, pero falso. Todo esto tiene que producir una gran desazón.

Ignoro si el aquelarre conmemorativo del Gobierno, cuyos fastos superan los del 92, aspira a distraer la atención ciudadana. No lo creo. Pero, por si acaso fuera ese el objetivo, me apresuro a invalidarlo. Padecemos un Gobierno corrupto y mendaz. Y no son esas sus únicas «virtudes». También aspira a romper la concordia y destruir la libertad. Pero Sánchez menosprecia a los españoles: podemos, a la vez, pensar en Franco y en los desmanes del Gobierno. No hay humo suficiente para tapar los desastres gubernamentales. Ni siquiera el humo franquista.

Pero acaso Sánchez se equivoque. Precedentes le sobran. La prudencia no es virtud de atolondrados e irreflexivos. Hablemos, pues, de Franco, lo que es compatible con ocuparse de los horrores del Gobierno. Para empezar, uno podría pensar que algo bueno tendrá Franco cuando tanto le aborrece Sánchez. Nuestro presidente lleva camino de convertirse en un argumento en contra de la democracia. ¿Y si hubiera una dosis de resentimiento?

No sé si será consciente, la clarividencia no es su mayor virtud, pero el presidente del Gobierno se está convirtiendo en un involuntario empresario del franquismo. Ya se sabe que la juventud es rebelde y termina por revolverse contra la casta dominante y sus intereses. ¿No observan cómo proliferan los jóvenes «fascistas» que se oponen a la dictadura progresista? No saben quién fue José Antonio, pero cantan el «Cara al sol» como gesto de rebeldía ante la casta woke. Sólo Franco ha conseguido que todo el Consejo de ministros acuda a un acto. ¿Cabe más poder?

Por otra parte, nuestros gobernantes deberían comenzar por enseñar quién es Franco. Con el actual sistema educativo, el primer paso debería ser decir a los jóvenes que Franco no fue un rey visigodo. Porque afirmar que alguien fue muy malo, sin aclarar de quién se habla parece suma torpeza. Pregunten, por ejemplo, quién fue Miguel Ángel Blanco. Pocos lo saben. Antes de ensuciar las conciencias con la patraña de la «memoria democrática», podríamos empezar por el conocimiento de la historia. El ministro de memoria democrática debería intervenir y explicar a la generación más preparada de la historia cómo murió Miguel Ángel Blanco y quién lo asesinó. No creo que sus socios de Bildu lo permitan.

¿Por qué la izquierda indigente necesita el fascismo? Como no puede exhibir éxitos y bondades propios, apela a los males que evita, aunque tenga que inventárselos. Franco tenía poca ideología, si es que tenía alguna. Pero entre sus apoyos, se encontraba una minoría fascista, junto a conservadores, liberales, tradicionalistas y otros. Por no hablar de los católicos, que no es un grupo político. La atroz persecución sufrida es, en proporción al tiempo y al espacio, quizá la mayor del siglo XX. Pretender que la guerra civil enfrentó a demócratas y fascistas es una mentira histórica. Pretender que Franco era un fascista y Largo Caballero un demócrata sólo se le puede ocurrir al actual banco azul, ebrio de poder e ideología. Lo cierto es que Franco evitó a los españoles el sometimiento a una tiranía comunista. También puede ser este un factor explicativo de la obsesión.

La guerra civil fue un atroz episodio de odio, que solo podía terminar con el perdón y la reconciliación. Los «terribles fascistas» promovieron la Transición, y la izquierda aceptó el proceso: amnistía, ley para la reforma política, elecciones democráticas y Constitución. Con algunos errores graves, España recuperaba la libertad y la concordia. Ahora, un Ejecutivo miserable quiere destruirlas y, con ellas, la democracia, en beneficio de su afán de poder y sus intereses. No conseguirán su propósito de que media España sea fascista y la otra media imbécil. Como propagandistas del franquismo no tienen precio. Acaso les conviene que haya tensión.