¿Cuándo pedirá el Supremo el suplicatorio de Sánchez?
La violenta escalada del presidente contra la Justicia es un indicio de lo que teme y hay razones para que pase ya
La Justicia tiene otros tiempos y unos procedimientos distintos a la política, que vive en la agitación y busca siempre resultados inmediatos. Por eso su defensa de los burdos ataques de Sánchez, de aromas chavistas ya insoportable, no puede ser ni en tiempo real ni con la aorta inflamada.
La presidenta del Poder Judicial puede y debe recordar la necesidad de respetar la independencia de los jueces y la vigencia de la separación de poderes, pero lo hará en momentos solemnes del calendario institucional y con el tono litúrgico y respetuoso debido.
Las asociaciones de magistrados dignas, que son todas menos una minoritaria, siempre dispuesta a escoltar al PSOE en compañía de la Selección Nacional de Eméritos Sincronizados de Martín Pallín y compañía, pueden y deben denunciar los excesos allá donde tienen que ser escuchados, aunque a menudo la Unión Europea sea más muda que el mediano de los Hermanos Marx y responda como él con un bocinazo.
Y el Tribunal Supremo, que es el final del camino para el poder político con permiso de un Tribunal Constitucional autodesignado cuarta instancia de manera fraudulenta, no puede ceder en su misión, pero tampoco acelerarla por la climatología sectaria que también lo acosa.
Por todo ello Sánchez puede prefabricar, con antelación, un burdo relato sobre el «lawfare» e intentar transformar en ley su delirio, sin encontrar réplica eficaz en apariencia: a él le vale con defender a su Fiscal General del Estado contra todo sentido de la vergüenza y de respeto a los hechos, exigiendo incluso que se le pidan disculpas; mientras que el tribunal que lo enjuicia necesita reconstruir un caso solvente, sin patinazos ni excesos ni dudas.
Pero al final, la cháchara sanchista siempre termina derrotada por la fuerza de los hechos, en una demostración fehaciente de que la ley acaba prevaleciendo aunque sus efectos retardados hagan de la espera un frustrante ejercicio de paciencia: uno se dedica a la agitación, que es fácil de activar y colocar; la otra tiene unos protocolos y unas garantías que la hacen necesariamente lenta.
Pero también implacable. Y es ahí donde termina explicándose la violenta y desquiciada actitud de Sánchez hacia la Justicia: en síntesis, lleva meses preparando un relato victimista para cuando su sangre llegue al río y, de forma inevitable, deba rendir cuentas de sus múltiples escándalos, previa petición al Congreso del suplicatorio imprescindible para poder investigar a todo un presidente del Gobierno.
Si Sánchez ha ido acostumbrando a la opinión pública a escucharle atacar a los jueces ha de ser para que, cuando el Supremo le cite, esté justificada incluso la insurgencia del Congreso, lo que en la práctica sentaría un precedente golpista de incalculables efectos para la salubridad de la democracia.
Pero si, pese a las bravatas y las presiones, los chantajes mediáticos y las reformas legislativas, desde el juez más humilde hasta el más insigne de los tribunales no han dejado de hacer su trabajo, podemos confiar en que también lo hagan cuando llegue el turno de Sánchez, que ya está casi el primero de la cola.
La pregunta ya no es si el Supremo se atreverá a sentar en el banquillo al líder del PSOE, cuyos méritos para obtener ese premio son ya inmejorables, sino cuándo llegará ese día, que ya se divisa a la vuelta de la esquina.