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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Abstemio

Henry Youngman no terminaba de asumir las cogorzas de su padre. «Mi padre fue el borracho del pueblo. Generalmente, eso no es tan malo, pero es que el pueblo de mi padre era Nueva York»

Este Óscar López, que no ha hecho otra cosa en su vida que vivir de la mamandurria pública y perder elecciones, ha hecho caso a uno de sus asesores y le ha soltado a Miguel Ángel Rodríguez, jefe del Gabinete de Isabel Ayuso, un intento de grosería que no ha surtido efecto. Al caso Begoña, y para demostrar que algo ha leído, lo ha enredado con el Watergate de Nixon, convirtiéndolo en «Whiskygate». Ha querido insultar y le ha salido un elogio. Lo mejor de la humanidad, del arte, de la creación. Literaria y Musical —Beethowen, Mozart—, de la política —Churchill—, del Cine —Bogart, Wayne, Burton y Ava Gardner—, y de todas las facetas admirables del ser humano, ha estado más en los borrachos que en los abstemios. Me incluyo entre los primeros con humildísima modestia.

Le recomiendo un libro magnífico. En poco más de 400 páginas, el filólogo románico por la Universidad de Salamanca y doctor por la de Montpellier, el navarro Carlos Janín, pone a su disposición su obra 'Excelentísimos Borrachos', un diccionario etílico-cultural publicado por Cordelia en 2023. Y existen otras publicaciones, ausentes en la biblioteca de López, porque esa biblioteca no existe ni para guardar un ejemplar de Tintín con su fabuloso borracho, el capitán Archibaldo Haddock, protagonista de las mejores aventuras creadas por Hergé, que era belga, como Jacques Brel, otro singular bebedor de whisky. Julio Ramón Ribeyro recelaba de los abstemios grises como López de esta manera: «Gente así, algo tiene que ocultar. Yo sólo los tolero con certificado médico». Y ahí tenemos, en el Siglo de Oro de nuestra Literatura al abstemio Góngora, escribiendo puñales a Cervantes y Quevedo, a los que aborrecía por su superior talento.

Hoy hacen amistad nueva
Más por Baco que por Febo,
Don Francisco de Quebebo
Y Félix Lope de Beba.

Foxá falleció en Madrid. Llegó en muy mal estado. Sabía, cuando fue destinado a Manila, que su sentencia había sido dictada. Pulmones enfermos y el hígado cirrótico. Aquel diálogo, que le costó un castigo, con el yerno de Mussolini, el conde Ciano, en la Embajada de España en Roma. Foxá bebía un whisky detrás de otro. Ciano, portaba más astas que un venado por la afición de su mujer a acostarse con todos menos con él.

—Foxá, a usted le va a matar el alcohol—; —Y a usted, Ciano, Marcial Lalanda—.

Después de tres whiskys en el sotanillo del café Lyon de Madrid, Foxá escribió su Melancolía del Desaparecer, ese poema portentoso. Con dos whiskys no lo habría bordado. Necesitó del trío. Y de esta manera lo culminó.

Y pensar que no puedo en mi egoísmo,
Llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja.
Que he de marchar yo sólo hacia el abismo,
Y que la luna brillará lo mismo
Y ya no la veré desde mi caja.

Llego casi moribundo un día gélido. «Aquí viene el último de Filipinas». El conductor de la ambulancia que le transportaba a la clínica, cerró su ventanilla. Pero Foxá, harto de los tórridos calores y con la nostalgia de los fríos castellanos, le rogó al conductor que dejara entrar el aire. Un ruego lleno de historia y poesía.

—Por favor, déjeme respirar por última vez el frío azul del Guadarrama—.

Óscar López. ¿Usted es mejor militar, mejor escritor y mejor político que Churchill? Usted es un supuesto abstemio muy torpe y peor educado. Sir Winston Churchill, nada más despertar, aún en la cama, iniciaba su jornada alcohólica con un trago de whisky Johnny Walker, etiqueta negra. Y por las noches, antes de dormir, se tragaba un cuarto de botella de esa misma marca. Y lo mezclaba, durante el día, con jerez, coñac y Armañac.

Y borracho, le pegó un repaso parlamentario a su adversaria Lady Astor, que era de muy buena familia, pero fea, y ya se sabe —sucede en todas partes—, que las feas de las familias nobles terminan militando en las izquierdas.

—Señor Churchill. Usted es un borracho—.

—Y usted, muy fea, lady Astor—.

—Si fuera su mujer, le pondría esta noche cianuro en el café.

—Y yo, si fuera su marido, me lo bebería—.

Henry Youngman no terminaba de asumir las cogorzas de su padre. «Mi padre fue el borracho del pueblo. Generalmente, eso no es tan malo, pero es que el pueblo de mi padre era Nueva York».

Y el gran Chesterton, en proceso de beatificación, que dividió su vida en tres partes. El escritorio, la iglesia y la taberna. «Si el whisky perjudica tus negocios, deja tus negocios». No les canso. Pero ahí están Chaplin, y Ramón Casas, Baroja y Baudelaire, Umbral, Hemingway, Welles, Bogart, Ava Gardner, Dalí, Rubén Darío, entregado a la muerte con 49 años por cirrosis atrófica. Más de Champagne que de whisky, porque Rubén era un afrancesado. Y Jaime Gil de Biedma —yo nací, perdonadme, en la edad de la pérgola y el tenis—, que intentó suicidarse cuando estaba sobrio y se llenaba de vida cuando la borrachera se imponía a su propio talento. Y Nicolás Guillén, Caribe, mujer y ron. «Te voy a beber de un trago/ como una copa de ron». Y nuestro Lope, que no se creía que los musulmanes no levantaran el codo. —¿Los turcos beben buen vino?— Sí, donde no los ve Mahoma—. Y el gran poeta Dylan Thomas, irlandés, fallece en el Hotel Chelsea de Nueva York después de abandonar la «White Horse Tavern» tras trasegarse más de veinte whiskys. «Sólo de esta manera, si Dios es comprensivo, me abrirá las puertas del paraíso».

Y lo que me dejo en el tintero.

No ha acertado usted en el insulto, insulso, inútil y perdedor innato Óscar López, tan antipático. Un insulto dirigido a lo más brillante de la humanidad, no daña ni hiere al insultado. Lástima que no sepa quién es usted el poeta turco-catalán Arda Pau-Ambrosi Tomaruk Capdevila, que no tiene al ministro Marlasca inmerso en su círculo de amistades.

Y ¿Qué bebe ese señor
Marlasca? ¿Bebe o no bebe?
Bebe aromitas de Dior
De Prada, Gucci y Löewe.

Hasta los borrachuzos más simples son más interesantes que ustedes, López.

Y dentro de ustedes, que usted, López, el gran gorrón abstemio.