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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Sánchez no paga favores

Algún día tendremos que hacer una seria reflexión sobre cómo fue posible que el gobernante menos votado de la historia de nuestra democracia haya conseguido ser el que más poder ha acumulado y quien lo usa de manera más arbitraria

De poco le ha servido a Álvarez Pallete su obsequiosidad con Pedro Sánchez durante todos estos años; tampoco ha sacado rendimiento alguno a su generosa contribución tecnológica a la cátedra trucha de Begoña Gómez. Sánchez se va a presentar en Davos, ante la élite del capitalismo global, con la cabeza del presidente de Telefónica en su zurrón como aviso a navegantes y apuesten a que la escabechina empresarial no ha hecho más que comenzar.

Algún día tendremos que hacer una seria reflexión sobre cómo fue posible que el gobernante menos votado de la historia de nuestra democracia haya conseguido ser el que más poder ha acumulado y quien lo usa de manera más arbitraria. Lo que está ocurriendo dice mucho de Sánchez y de su desprecio a la necesaria contención democrática, pero también desnuda la falta de coraje de las élites de nuestro país.

Después de las primarias que le devolvieron a la secretaría general, los cargos del PSOE permitieron que Sánchez liquidara cualquier debate democrático en el seno del partido; le dejaron gobernar la organización como un sultán medieval, hasta un punto de no retorno en el comité federal de hace unos meses convocado a mayor gloria del matrimonio Sánchez-Gómez.

Los socios parlamentarios de Sánchez también ejercen de cómplices imprescindibles esta deriva autoritaria. No existe control parlamentario al gobierno. Hasta Puigdemont, a pesar de sus ruidosas e inanes pataletas, es cada día más rehén que socio de Sánchez. Los escándalos de corrupción que a todos les parecían intolerables cuando afectaban a personas del Partido Popular se han convertido ahora en una mera conspiración de jueces fachas.

¡Y qué decir del Constitucional y de sus magistrados de estricta obediencia sanchista! El coraje de la fiscal Almudena Lastra para defender la ley frente a las presiones de su superior debería abochornar a esos magistrados tan cargados de ropones que traicionan cada día la Constitución que prometieron defender. Han laminado el prestigio de la institución hasta el punto de que la única seguridad jurídica que existe hoy en España es que, sea cual sea el asunto que llega al Constitucional, este fallará indefectiblemente a favor del gobierno.

Salvo alguna honrosa excepción, las élites empresariales, tan activas para exigir a Rajoy que pidiera el rescate europeo, para protestar contra Montoro por los impuestos o para promocionar operaciones políticas como la creación de Ciudadanos, ahora siguen aquel famoso consejo de Franco: no se meten en política, salvo para colocar a los consejeros que le indican desde Moncloa. Lo ocurrido con Pallete confirma una vez más que Sánchez no se caracteriza precisamente por agradecer la lealtad o la obediencia. Y veremos qué pasa con Fainé si el presidente llega a la conclusión de que el regreso de la Caixa a Cataluña le permite ganar unos días más de tranquilidad en Moncloa.

Lo único que no se acaba de entender es la urgencia destemplada por acometer este relevo empresarial en fin pleno fin de semana. Puestos a buscar alguna explicación, no es la más descabellada pensar que a Sánchez le entraron las prisas por irrumpir en Telefónica cuando el Tribunal Supremo ordenó a la UCO hacer el rastreo de las llamadas de su fiscal general. Si ha presentado la Ley Begoña para dar carpetazo a las investigaciones judiciales a su mujer, por qué se va a privar de asaltar una empresa para borrar el rastro de su participación la operación de estado contra Isabel Díaz Ayuso.