Chopin y las chirimoyas
'La Danza de las Chirimoyas', de David Azagra, es una composición sublime. Mientras es ejecutada, cierra uno los ojos y se siente invadido por la carne y el alma de las chirimoyas
Muchos creen que Chopin era francés. Pronunciamos su apellido a la francesa, «shopan», cuando era polaco. Nació en la muy polaca y nada francesa localidad de Zelazowa Wola, y falleció, eso sí, en París. Pero también falleció en París mi prima Enriqueta, y no por ello fue hispano-francesa. Los franceses son muy hábiles. Menos en los Países Bajos, en todo el mundo se le dice al gran pintor holandés Van Gogh su apellido a la francesa. Nació en Zundert, Holanda, y murió en París. De tal forma que su apellido lo afrancesaron y en todos los rincones del mundo le llaman «van gog» cuando en realidad su sonido es mucho más holandés, «Fan Joj». Curiosidades. Para mí —puedo estar equivocado, y probablemente sea el caso—, Chopin se pronuncia en polaco algo así como «Tchopin», si bien hay casos más lacerantes. En España, en su provincia más extensa, Badajoz, Sánchez se pronuncia Azagra, y eso es la monda. Badajoz es tan grande, que en las cartas nada amistosas que se intercambiaron Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura —dos genios de nuestra literatura—, Jardiel recurre al tamaño de Badajoz para afear a Mihura lo que él considera un plagio. «Todo tiene un límite, Miguel, hasta lo tiene la provincia de Badajoz». Esta carta de indignación la recibe Mihura y se puede encontrar en sus «Papeles de Fuenterrabía», donde veraneaba el fabuloso autor teatral, ensayista y hasta dibujante, además de fundador y director de publicaciones de humor. Tomaba el sol norteño en su terraza de Fuenterrabía cuando le escribió una tarjeta postal a Antonio Mingote: «Querido Antoñito. Aquí estoy escribiéndote desde mi terraza. Un día claro y con muy buena temperatura. Veo pasar barcos por el horizonte. Y me dedico a ver pasar barcos por el horizonte porque no se me pone morcillona. Porque de conseguir que se me pusiera morcillona iba a ver pasar barcos por el horizonte la tía bisabuela de Juan Sebastián Elcano».
Los franceses, siempre tirando para casa, son maestros en la confusión de las pronunciaciones.
Chopin, el genial compositor polaco, vivió largas temporadas en la mallorquina Valldemosa, acompañada de George Sand, novelista y avanzada lesbiana francesa, cuando tenía mérito, no ser francesa, pero sí lesbiana. Y nos ha dejado, nos ha regalado a los seres humanos, sus preludios, sus sonatas y nocturnos, además de su Marcha Fúnebre, que es un prodigio. Chopin tocaba el piano como si el piano se hubiera inventado para sus manos, y componía para el piano, y su figura romántica siempre se asocia a un piano en el rincón de una estancia húmeda y desapacible. Bretón de los Herreros también escribió epigramas humorísticos con el piano de protagonista, pero menos acertados que los nocturnos de Chopin.
Decía la otra noche cierta dama.
¿No me toca usted nada
Que a pasar nos ayude la velada?
Y complaciente, Arango,
Por tocarla algo, le toco el fandango.
Ayer, un pianista frenético, que parecía ser atacado por un enjambre de avispas orientales mientras interpretaba una pieza inmortal, me tuvo pendiente de su magisterio durante veinte minutos. Le regalé veinte minutos de mi vida, y mereció la pena. Repetí el vídeo cuatro veces. Nos interpretó una composición de gran altura musical, de las que puede crear sentado ante el piano un niño de cuatro años mientras se hace pis encima.
La melodía, mitad polka, mitad sonata, se titulaba 'La Danza de las Chirimoyas', y su autor, nuestra gloria nacional David Azagra, el desorientado genio de nuestra música que ignora donde se ubica el lugar en el que trabaja, pero a los genios no hay que exigirles ese tipo de vulgaridades. 'La Danza de las Chirimoyas', de David Azagra, es una composición sublime. Mientras es ejecutada, cierra uno los ojos y se siente invadido por la carne y el alma de las chirimoyas. Prueben ustedes a hacerlo y es muy probable que no duerman en toda la noche. Mucho golpe y ausente melodía. No se le puede exigir a las chirimoyas lo que exigimos, por ejemplo, a los cienes del Lago de Tchaikovsky. Las chirimoyas no tienen alas, pero sí pipas en su interior, incrustadas en su doliente carne albina. Y nadie había reparado en ello hasta que David Azagra nos ha ofrecido el amor y el sentimiento de las chirimoyas cuando, por la razón que sea, se ponen a danzar.
Te han dado en los morros, Chopin.