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El observadorFlorentino Portero

El fin de una época

Estados Unidos dispone de una renovada y firme agenda nacional dirigida tanto a resolver los problemas domésticos derivados del proceso de globalización como a afrontar la Revolución Digital con el objetivo de ampliar su poder global. Las viejas alianzas quedan relegadas al desván de la historia

Con la inauguración del segundo mandato de Donald Trump se escenifica de manera más directa e indubitable el fin de una época. Llevamos tiempo hablando sobre ello, pero el debate electoral, el programa republicano, los compromisos asumidos libremente por el nuevo presidente, así como los nombramientos anunciados no dejan lugar a dudas. El período histórico iniciado tras la II Guerra Mundial toca a su fin definitivo, tras el giro iniciado por Obama y seguido, si bien con ritmos diferentes, por los que le sucedieron en la Casa Blanca.

Los europeos han venido haciendo en estos últimos años un esfuerzo significativo por no enterarse. En una actitud propia tanto de la infancia como de la senectud, pensaban que era la mejor manera de garantizar el que todo siguiera igual. Cuántas veces me han criticado por alarmista, por cuestionar una situación suficientemente consolidada. No había que dramatizar porque, en realidad, todo seguía igual o casi. La prensa europea de estos últimos días reflexiona sobre los efectos que provocará una nueva administración norteamericana que se declara revolucionaria, que viene decidida a actuar con mucha mayor contundencia que la que capitaneó en su primera etapa el propio Trump y en la que Europa ha dejado de ser una prioridad.

Estados Unidos dispone de una renovada y firme agenda nacional dirigida tanto a resolver los problemas domésticos derivados del proceso de globalización como a afrontar la Revolución Digital con el objetivo de ampliar su poder global. Las viejas alianzas quedan relegadas al desván de la historia. Otras nuevas irán surgiendo, aunque con otros códigos. Como el destacado académico y analista norteamericano Walter Russell Mead apuntaba en su columna de The Wall Street Journal, los europeos debemos entender que somos menos importantes para Estados Unidos que Indonesia. Esto es obvio para cualquiera que siga con cierto detalle la política y la economía internacional, aunque resulte difícil de aceptar para la mayoría de nuestros conciudadanos.

Estados Unidos derrotó al III Reich y jugó un papel crítico tanto en la reconstrucción del Viejo Continente como en garantizar su seguridad. Ni la Alianza Atlántica ni la Unión Europea pueden entenderse sin su intervención. Con ella se establecieron unos consensos que han estado en la base de nuestra vida en comunidad durante décadas. Esos consensos se han roto. De hecho, se venían rompiendo desde los días de Obama, pero ahora es ya evidente hasta para los más remisos a aceptar la realidad. Estamos viviendo otro tiempo, pero sin consensos. Los nuevos están por llegar. Serán el resultado de nuestras acciones, más o menos guiadas por el sentido de la responsabilidad y el buen criterio.

Los viejos fantasmas salen de sus escondites, liberados ya de la imperante corrección política del viejo «orden liberal». A nadie debería sorprender que las constituciones sean violadas, que los regímenes políticos se cuestionen, que se asedie el «Estado de derecho» representado por el Poder Judicial. La idea de democracia será repensada, allí donde sobreviva. Las viejas maneras dan paso a otras de signo populista. Del objetivo de la integración pasamos al de la imposición de unos sobre otros.

La política del renovado Trump sumada a los problemas europeos, reflejados en informes de muy distinto signo, pero coincidentes en sus conclusiones, establecen un nuevo espacio político, en el que algunos, desde la derecha y desde la izquierda, harán de la necesidad virtud, promoviendo acciones autoritarias o dirigidas a poner fin a las instituciones y políticas característicamente democráticas, justificándolas en la exigencia de reaccionar frente a iniciativas que llegan desde el exterior. Lamentablemente, España va a estar en la vanguardia de estas rectificaciones. Los Estados Unidos de Trump serán la excusa para promover políticas cada vez más radicales, dirigidas a cercenar la democracia.