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Un mundo felizJaume Vives

La naturaleza de una madre

Visto así, es perverso que algunos quieran hacer creer a las mujeres que esa naturaleza dadora de vida, que salva vidas y acompaña vidas es algo de lo que emanciparse, algo de lo que hay que liberarse

Actualizada 09:26

No es lo mismo la naturaleza de una madre, que salva al mundo, que la madre naturaleza, que es uno de esos conceptos chorra que algunos disfrutan tanto últimamente sacando a pasear.

La naturaleza de una madre es un milagro pensado por el Creador para hacerla sensible al llanto del bebé en mitad de la noche, siempre atenta a lo que pueda necesitar, siempre dispuesta a darle lo que necesita.

La naturaleza de una madre es ese milagro que le permite adivinar de un modo que a los varones se nos hace incomprensible cuándo el niño no está bien y necesita una palabra, una caricia, una medicina o dormir con una capa menos.

La naturaleza de una madre descubre cosas en el niño que para el padre son imperceptibles. Cosas que solo se nos hacen evidentes cuando ya tienen el tamaño de un elefante.

La naturaleza de una madre es tan sensible que a veces puede pecar por exceso pero casi nunca por defecto. Puede pecar de sobreprotección, pero ya se encarga el varón, seguramente sin querer (porque también le sale natural y es a lo que está llamado como padre), de corregir esos pequeños excesos.

La naturaleza de una madre ha hecho que en los últimos dos meses nuestro hijo haya sobrevivido dos veces a un quebranto serio de salud. La primera, llevándolo al hospital en el momento exacto, horas después de que nos dieran el alta tras un ingreso de una semana, con una laringitis aguda que, en cuestión de minutos, lo dejó sin poder respirar.

Si hubiera salido de casa un poquito más tarde probablemente la adrenalina y los corticoides que tuvieron que administrarle de urgencia no hubieran servido de nada.

Y la segunda, que es la de ahora, haciendo exactamente lo mismo. Aunque en esta segunda, puesto que la laringitis era mucho más grave, y sumado a que la enfermedad de nuestro hijo no ayuda, la adrenalina no ha sido suficiente y el pobre está sedado, intubado, peleando contra una legión de virus y bastante apuradillo.

Pero una vez más la naturaleza de su madre le ha salvado la vida. Si hubiera llegado cinco minutos más tarde al hospital, Dios sabe dónde estaría ahora.

Y tan fuerte es la naturaleza de la madre que ha salvado la vida de su hijo dos veces en los últimos dos meses mientras cuida en su interior del bebé que está a punto de nacer. Bebé que hace días ya debiera haber visto la luz, pero que, viendo el panorama familiar, y para echar un cable a la madre que lleva nueve meses cuidándolo, ha decidido retrasar un poco la salida.

Cuando la madre, que es mi esposa, llegó el viernes al hospital con el niño de veintiún meses muy grave, lo hizo acompañada de la mayor, que tiene tres años, y habiendo salido de cuentas del tercero. Algunos en el hospital se sorprendieron, pero eso es porque no conocen la naturaleza de una madre, que da vida, salva vidas y acompaña vidas.

Visto así, es perverso que algunos quieran hacer creer a las mujeres que esa naturaleza dadora de vida, que salva vidas y acompaña vidas es algo de lo que emanciparse, algo de lo que hay que liberarse.

Si Dios tiene a bien que mi hijo supere ese quebranto de salud –rezamos para que esa sea su voluntad– (y si no lo es, para saber aceptarla), aunque su enfermedad no le permitirá hacer la suma más sencilla, ni leer su nombre escrito en un papel, pues tiene el síndrome de Angelman, estoy convencido de que tendrá el conocimiento interno suficiente para descubrir la naturaleza de una madre, de la suya concretamente, que le ha salvado la vida por dos veces antes de cumplir los dos años. Porque es una naturaleza que lo abarca todo, capaz incluso de entrar en aquellas cabezas y corazones en los que otras cosas son incapaces de entrar.

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