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Gabriel Albiac
Gabriel Albiac

Faithfull

Ronca ahora, casi sin voz y maravillosa. Y todo el áspero camino y su cansancio, y todos los amigos muertos y todo lo perdido, todo, valió la pena

Actualizada 21:40

Marianne Faithfull

Marianne FaithfullEFE

Éramos tres aquella noche en Zaragoza. Marianne Faithfull cantaba cosas de Kurt Weill. Muy viejas. Sólo un piano sobre la escena, una botella de coñac francés, su voz cascada. Y un elegante desdén hacia el tedioso mundo real navegando sus ojos. Puede haber sido el concierto más bello de mi vida. Y he asistido a unos cuantos. Uno de los tres de aquella noche murió. Muy demasiado antes de tiempo. Y ahora es la dama que se asentó en lo intemporal la que se ha ido. Faithfull: 78 años de testaruda perseverancia en el exceso: muy, muy demasiado antes de tiempo. Tras haber surcado todo.

Nadie quintaesenció así la amargura arrogante de una generación que no supo aprender a hacerse vieja. Y las mismas canciones que fueron jueguecillo pop a inicio de los sesenta, en sus años con los Stones de Jagger, fueron tomando un grave acento de elegía por una generación despilfarrada. Escuchar sus sucesivas versiones es asistir a la historia inexorable de un naufragio.

La última vez que la escuché fue, debe de hacer casi veinte años, en el Círculo de Bellas Artes madrileño. Acababa de salir de un cáncer con la misma reciedumbre con la que, treinta años atrás, sobreviviera al huracán de la heroína: aquella plaga que se llevó al infierno a tantos de sus más cercanos. Físicamente agotada y portentosamente conmovedora, la sexagenaria volvió a cantar aquella noche su viejo himno de casi adolescente: «As tears go by». Ronca ahora, casi sin voz y maravillosa. Y todo el áspero camino y su cansancio, y todos los amigos muertos y todo lo perdido, todo, valió la pena.

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