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Cosas que pasanAlfonso Ussía

A París

Don Juan Carlos tenía a mano una carpeta de asuntos pendientes, un ejemplar bastante usado de la Constitución Española de 1978, un juego de plumas estilográficas y otros objetos de despacho. Y a sus espaldas, Felipe V, al que Pujol le retiraba la mirada y Tarradellas elogiaba la maestría de sus trazos

Actualizada 01:30

El despacho en el palacio de La Zarzuela del Rey Juan Carlos I lo presidía un retrato de Felipe V. Para unos historiadores un buen Rey, y para otros, una calamidad. Cuando el Rey recibía a políticos nacionalistas – todavía no se habían atrevido a romper el huevo del separatismo–, algunos le criticaron su elección, Pujol entre otros. Para ellos, el primer Borbón con la Corona de España, «no era catalanista». Una simpleza más de esta gente tan susceptible y de finísima piel que permanece en la Guerra de Sucesión, la derrota del Archiduque Carlos, la manipulación histórica del patriota y españolísimo Rafael de Casanova y el bloqueo naval de Barcelona en el que fue mutilado por segunda vez –le quedaba la tercera–, el heroico Blas de Lezo Olavarrieta. Aquella derrota se conmemora todos los domingos en el estadio –el suyo o el alquilado–, del Fútbol Club Barcelona, lo cual se ha convertido en una divertida bobada reivindicativa.

La mesa de despacho del Rey es amplia, y Don Juan Carlos tenía a mano una carpeta de asuntos pendientes, un ejemplar bastante usado de la Constitución Española de 1978, un juego de plumas estilográficas y otros objetos de despacho. Y a sus espaldas, Felipe V, al que Pujol le retiraba la mirada y Tarradellas elogiaba la maestría de sus trazos.

El Rey Felipe VI cambió a Felipe V por Carlos III, un Rey mucho más aceptado y popular, culto y ecologista –además de cazador–, y gran estadista formado en la Corte napolitana. Amante de la pintura y la arquitectura, y bien aceptado por los visitantes nacionalistas al despacho del Rey, entre otras razones, porque muchos de ellos saben quién es y a qué se dedicó en vida.

Felipe V fue Rey de España desde 1700 a 1746, con una interrupción de nueve meses debida a su precipitada abdicación de la Corona a favor de su hijo, que reinaría lo que dura un embarazo no interrumpido como Luis I. Se habla mucho de la película, a punto de ser estrenada, que narra el brevísimo reinado de aquel desdichado que unos llaman «loco» y otros «inútil», y me temo que unos y otros con sobrada razón. Es sabido, que una película española dedicada a un Rey de España tiene como objetivo ponerlo a parir, pero eso entra en el negocio. El pobre Luis I, el infeliz «Bien Amado», lo interpreta el actor Carlos Scholz y Alicia Armenteros a su desgraciada esposa, Doña Luisa de Orleans. Felipe V es Javier Gutiérrez e Isabel de Farnesio, Leonor Watling, que es de lo mejor que hay que escoger entre los asistentes habituales a la entrega de los premios Goya. No me refiero a la película porque no la he visto, pero me temo lo peor.

Años atrás, un opúsculo del estupendo escritor gallego Torrente Ballester, «El Rey Pasmado», fue llevado al cine. Torrente se inventó una historia tan regocijante como falsa. El joven Felipe IV, el Rey de los Siglos de Oro de la pintura y la literatura, mecenas de artistas y promotor de las artes, tenía prohibido ver a su esposa en porretas. Gabino Diego interpretó al Rey, el cantante de la Orquesta Mondragón Javier Gurruchaga al Conde-Duque de Olivares. Papel en el que desbordó los límites del ridículo, y Juan Diego, hizo de Juan Diego en su intento de figurar al capellán del Rey. Juan Diego lo hizo bien porque conocía muy bien a su personaje, Juan Diego.

El ridículo lo hizo, y lo lamentó, el autor. Felipe IV, el «Rey Pasmado» según Torrente Ballester, además de sus hijos legítimos, tuvo 38 hijos naturales, lo que da a entender el error en el adjetivo de la obra, que tendría que haberse titulado «El Rey Salido», como si fuera dirigente y fundador de Podemos.

Pero montar una producción cara –siempre ayudada con el dinero de los contribuyentes–, para tratar de un personaje ausente y lejano de todo interés, no tiene otro objetivo que socavar, a destiempo y sin sentido, el prestigio de La Corona. La vida de Luis I y Doña Luisa de Orleans la resumió con una cuarteta un poeta satírico de la época. Más jugo no se puede extraer de ese limón. Su brevísima vida estuvo pendiente, exclusivamente, en su posible descendencia. Se condensa en pocos segundos, dedicados a Luisa de Orleans.

Parid, Bella Flor de Lis.
En aflicción tan extraña,
Si parís, parís a España.
Si no parís…¡ A París!

Y ahora, a inventar.

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