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Trump, Vance y Zelenski: siete minutos para juzgarlo todo

Quizás la mayor crisis no esté en la Casa Blanca, ni en el frente ucraniano. Quizás la verdadera crisis sea nuestra incapacidad para comprender la complejidad del mundo en el que vivimos

Vivimos en la era del juicio instantáneo. Un vídeo de siete minutos ha bastado para que cada bando dicte sentencia sin molestarse en ir más allá: para unos, Trump ha traicionado a Occidente; para otros, Zelenski es un pedigüeño insoportable. Como si la geopolítica se rigiera por el guion de una película de Disney, con héroes de moral impecable y villanos sin matices.

Llevamos décadas atrapados en una narrativa heredada de la Segunda Guerra Mundial: el mal es la dictadura y la agresión militar; el bien, la resistencia y la democracia. Es un reflejo comprensible después del horror de Hitler, pero el mundo real no funciona con códigos tan sencillos. No estamos en 1940, y no todas las guerras son una reedición de Normandía.

El problema es que pensar exige esfuerzo y cada vez nos cuesta más hacerlo. Nos conformamos con lo que confirma nuestros prejuicios sin atender a razones incómodas y sin analizar por qué cada parte defiende lo que defiende. La pereza intelectual y la incapacidad para sostener la atención más allá de unos minutos han convertido el debate político en un espectáculo de eslóganes.

Pero intentemos hacer lo impensable: escuchar ambos argumentos antes de decidir quién tiene razón.

El argumento de Trump y Vance: romper con el ciclo de guerras interminables

Para Trump y Vance la guerra en Ucrania es otro ejemplo del error estratégico que ha definido la política exterior de EE.UU. durante décadas: conflictos prolongados, sin una estrategia clara de victoria y con un coste creciente para los estadounidenses. Irak, Afganistán, Vietnam… guerras que se justificaron con grandes ideales, pero que terminaron dejando a EE.UU. más debilitado, más endeudado y sin lograr los objetivos prometidos.

Trump no solo piensa en términos de coste y beneficio inmediato. Para él la obsesión de Occidente con Ucrania está distrayendo a EE.UU. de su verdadero enemigo: China. Mientras Washington desperdicia dinero y municiones en una guerra que no afecta su seguridad directa, Pekín sigue expandiendo su influencia, consolidando su poder en el Pacífico y amenazando el equilibrio global de una forma mucho más peligrosa que Rusia. El problema real no es Moscú, es Pekín. En su visión, seguir atrapado en Ucrania es un error estratégico monumental. Si hay que gastar recursos en política exterior, que sea para contener a China.

Europa. Trump no olvida que en 2018 advirtió a la UE que su dependencia del gas ruso era un suicidio geopolítico, y que en lugar de escucharlo, los burócratas europeos se rieron abiertamente en su cara. Ahora esos mismos líderes que despreciaron su advertencia exigen que EE.UU. cargue con la factura de su seguridad. Para Trump, esto es el colmo de la hipocresía.

Su mensaje es claro: EE.UU. ya no va a ser el salvador automático de Europa. Si el continente realmente cree en la causa ucraniana, que lo demuestre con dinero y con compromiso militar. Washington no va a seguir financiando la irresponsabilidad europea.

Zelenski. Un líder que, en lugar de manejar la relación con Trump con diplomacia lo ha hecho con torpeza. Durante los últimos años el presidente ucraniano se ha mostrado como un aliado del Partido Demócrata, lo que lo ha convertido en una figura políticamente incómoda para los republicanos. Si decides alinearte con un partido en una democracia bipartidista, no puedes esperar el mismo trato cuando el otro partido llega al poder.

Cuando Zelenski entró en la Casa Blanca con exigencias y sin muestras de gratitud lo que recibió fue una lección de poder. Trump no le debe nada. Cuando le dijo «vuelve cuando estés listo para la paz», lo que hizo fue recordarle quién tiene el control en esta relación. Zelenski, en lugar de reaccionar con inteligencia, se atrincheró, se mostró desafiante y convirtió un momento incómodo en una crisis diplomática.

El argumento de Zelenski: si EE.UU. se repliega, Occidente se debilita

Para Zelenski y sus aliados, el planteamiento de Trump es irresponsable y peligroso. Lo que Washington haga o deje de hacer en Ucrania no es solo un asunto de dinero o estrategia militar, sino una prueba de la credibilidad de Occidente.

Desde el primer día de la invasión rusa Ucrania ha luchado con la convicción de que no estaba sola. Ha recibido armas, dinero y apoyo diplomático de Occidente no porque sea un capricho ucraniano sino porque esta guerra es, en realidad, un conflicto que afecta al equilibrio de poder en el mundo.

Si EE.UU. y sus aliados permiten que Putin se salga con la suya, el mensaje para otros regímenes autoritarios será claro: la agresión funciona. Un país más fuerte puede aplastar a uno más débil sin consecuencias. Rusia ha violado el derecho internacional al invadir Ucrania, y si Washington le retira el apoyo a Kiev estará aceptando, de facto, que las reglas del juego han cambiado.

Las consecuencias no se limitan a Ucrania. Si Putin logra consolidar su control sobre los territorios ocupados, ¿qué impide que el próximo objetivo sea otro país del antiguo espacio soviético? Los países bálticos, Polonia, Moldavia… ¿Occidente puede permitirse el lujo de dar este paso atrás sin que esto tenga consecuencias futuras?

Desde esta óptica, Trump no está apostando por la paz, sino por la claudicación. Argumenta que Europa debería asumir su propia seguridad, pero lo cierto es que la OTAN sigue siendo el único paraguas de protección realista para el continente. La UE no tiene capacidad militar ni estructura de mando unificada para sostener un conflicto de esta magnitud por sí sola. Si EE.UU. se repliega ahora, está debilitando toda la arquitectura de seguridad occidental.

Hay, además, una cuestión de coherencia política. Trump y Vance hablan de «dejar de gastar dinero en guerras interminables», pero el dinero que se está gastando en Ucrania no es un despilfarro sino una inversión en estabilidad geopolítica. Una inversión que, si se retira antes de tiempo, puede acabar costando más en el futuro.

Desde la perspectiva de Zelenski y sus aliados, Trump no está actuando con realismo, sino con una miopía estratégica que puede terminar por debilitar a Occidente en su conjunto.

Está, además, el factor humano. Ucrania no pidió esta guerra. No es una aventura imperialista ni una guerra por elección. Es un país que fue invadido por una potencia nuclear que se niega a reconocer su derecho a existir como nación soberana. Para los defensores de Zelenski, reducir este conflicto a una mera cuestión de dinero o pragmatismo es un insulto a todos los ucranianos que han muerto defendiendo su país. Si Ucrania cae, Occidente retrocede.

¿Quién tiene razón?

La pregunta incómoda es que ambos lados tienen argumentos válidos. Y, sin embargo, la mayoría de quienes opinan sobre este episodio lo han hecho sin pararse a considerar nada de esto, lo que nos deja con una reflexión final: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a pensar realmente sobre política internacional? ¿nos limitamos a consumirla como si fuera un espectáculo de buenos y los malos definidos?

Quizás la mayor crisis no esté en la Casa Blanca, ni en el frente ucraniano. Quizás la verdadera crisis sea nuestra incapacidad para comprender la complejidad del mundo en el que vivimos.