Las hogueras del 8-M
Las leyes extremas de la extrema izquierda acabaron en el disparate de que acogotan con saña un piropo pero rebajaban las penas y hasta provocaban la libertad de los peores violadores y delincuentes sexuales
La izquierda, y cuanto más a la izquierda con mayor arrebato, pregona como mandamiento doctrinal que solo siendo de izquierdas se puede ser feminista y, si una mujer es feminista, y un hombre con mayor motivo aún, solo puede ser de izquierdas o es mentira y falsedad. Vamos, que el feminismo es de su exclusiva propiedad. Y ello es también aplicable a todas las siglas que componen el conglomerado LGTBI y no sé si alguna letra más, que estoy ya bastante perdido en eso y quizás me haya comido un par de ellas o tres más.
La especie, como tantas otras, tiene como punto de partida la pretensión, convertida en creencia existencial, de su superioridad ética, moral e intelectual que repiten y martillean sin descanso y subyace en toda su prédica. Ellos la asumen como verdad absoluta, encarnación de la bondad y bula universal y la intentan imponer, con no poco éxito, a los demás.
El punto de inflexión y del inicio de su apropiación del movimiento feminista estuvo en el retorcimiento de su principio y objetivo esencial: la igualdad. Su desviación comenzó con la perversión de la llamada, para santificarla, «discriminación positiva», como si discriminar pudiera serlo alguna vez pues siempre conllevará privilegio, por un lado, e injusticia por el otro.
La discriminación por razón de sexo es algo que debe ser extirpado del todo y en todos los ámbitos y así lo establece nuestra Constitución (aunque la forzarán como el mismo Alfonso Guerra reconoció) y por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Nadie debe sufrirla, por supuesto mujeres, pero los hombres tampoco.
Aquí, en la practica y por ley, se consagró lo contrario y desde ese punto de partida se avanzó hacia el delirio. Del feminismo se cruzó al hembrismo, a la criminalización «per se» del varón, a la anulación de la presunción de inocencia y a la indefensión, pues la prueba dejó de ser necesaria y bastó una declaración o hasta una delación anónima para el sambenito y la hoguera.
Las leyes extremas de la extrema izquierda, asumidas y refrendadas por quienes dicen no serlo tanto, acabaron en el sangrante disparate de que acogotaban con saña un piropo, pero rebajaban las penas y hasta provocaban la libertad de los peores violadores y delincuentes sexuales. Fue tal escándalo que, a pesar del empecinamiento fanático de su propulsora, Irene Montero, Sánchez se vio obligado a rectificar, algo que pudo hacer gracias a los votos del PP, pues la ultraizquierda se negó.
El 8-M, la celebración estrella del movimiento, es considerado desde hace mucho tiempo por la izquierda y por estos más, como un territorio acotado en el que solo tienen derecho a entrar, y algunos, por lo visto, a «cazar», quienes ellos consideren «dignos» de estar allí. Los demás como que mejor no vayan y si van que sea tras sometimiento a su superior autoridad. No han faltado los insultos, las intimidaciones y coacciones y hasta la agresividad para conseguir expulsar a quienes no eran de su agrado.
Y este año, ¿qué van a hacer? ¿Qué van a poner en las pancartas? ¿Contra quién van a gritar? ¿Quiénes van a arrojar a las hogueras?
Durante todos estos años de atrás en la cúpula suprema de la Inquisición Morada destacaron por sus soflamas incendiarias algunos de los grandes valores y padres del entramado como Monedero y Errejón, que se autoproclamaban, abrazados a las pancartas y a sus compañeras, los mejores y mayores vigilantes y guardianes de la nueva e implacable doctrina. ¿Van a ponerlos ahora a ellos en las picotas? ¿Y las del lado del PSOE y de la abolición de la prostitución, de lo de Ábalos, algo van a decir? ¿Y las de Podemos y Sumar van a responder de su silencio, cobertura y encubrimiento del proceder de sus correligionarios?
Porque la banasta les ha reventado, los inquisidores han caído en el fuego de la propia hoguera a la que acarrearon la leña y arrimaron la tea. Los condenan, además de lo que sus actos puedan merecer, sus propias palabras y sentencias que ellos mismos establecieron como vara de medir. Pero a ellas también. Porque no son ellos los únicos casos, sino que estos se han sucedido por doquier por todo lo largo y ancho de la organización que más ha presumido de ser lo contrario. En este sentido Yolanda Díaz mucho tiene que callar, pues ya son dos los muy allegados colaboradores suyos en la organización acusados —y alguno ya condenado— por graves delitos sexuales de los que ella no dijo ni «mu» a pesar de que, como en estos casos de relevancia nacional, había incluso denuncias internas de algunas «hermanas» a las que no quisieron creer porque el «hermano» era más cercano y con más poder. Irene Montero e Ione Belarra están también en la misma cesta y situación.
La hipocresía y el cinismo del entramado y de los tramoyistas que movían los hilos se les ha venido abajo como los palos de un sombrajo ante el soplo descarnado de la verdad de lo que hacen y de lo que son. Pero descuiden. No habrá el menor síntoma de arrepentimiento, ni el reconocimiento de ningún error. Al contrario. Con la mayor de las soberbias, serán quienes acusen y den lecciones de ética y de virtud a los demás, sin que falte el señalar como fascista y machista a todo aquel que les ponga delante el espejo donde ellas no han salido precisamente bien retratadas.
Seguirán por la trocha del delirio y la ridiculez. Por ejemplo, convirtiendo en principal causa libertadora y crucial la defensa del yihab, símbolo de la sumisión islámica de la mujer y manteniendo un silencio sepulcral ante la terrible opresión en la que centenares de millones de mujeres viven, y por el que hasta mueren, hoy desde Afganistán a Irán. O la supina y engreída estupidez de la vicepresidente Díaz de denunciar y clamar, como si fuera algo tremebundo y atroz, el que un periodista osara decirle en un pasillo del Congreso «cada vez estás más guapa». Aunque para gustos están los colores, y así debe ser, a uno lo que le parece es que en todo caso al periodista, de lo que se le puede acusar, es de faltar a la verdad. Pero sé que esto me está prohibido decirlo porque he de suponer y aceptar que ella no ha dicho jamás de un hombre que era guapo o feo. Cómo va a caer ella en semejante atrocidad, con lo lista que es. Y ahora que lo pienso, a lo mejor el que acaba en las hogueras feministas del 8-M, es él.