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El astrolabioBieito Rubido

Marlaska: dignidad cero

La dignidad y la coherencia han sido arrumbadas de la política española por el sanchismo, una forma de actuar carente de ideas, ideología o escrúpulos. Hasta ahora creíamos que en política se estaba para servir a los demás

Actualizada 01:30

Ahora el ministro del Interior hace un arabesco verbal para decir que lo que Sánchez pactó en materia de inmigración y control de fronteras con Puigdemont no es exactamente lo que ellos han dicho. Es probable, pero con la falta de escrúpulos evidenciada por el jefe de Marlaska, ya no sabemos a quién hay que creer, si a Junts o a los portavoces de este Gobierno. El asunto, más allá del retorcimiento de las explicaciones, se encuentra entre la incoherencia política y la falta de dignidad.

Esto, no lo duden, pasará. No creo que vaya más allá del 27. En el camino habrá mucho destrozo, cuanto más destrozo, mayor será la derrota. Pero pasará, incluso, más allá, y entonces recordaremos con lamentos el tiempo en que los políticos convirtieron la mentira en una herramienta habitual y que el mayor epítome de la indignidad en política será Sánchez y algunos de sus ministros. Tragar con situaciones claramente contrarias a la propia ley, a la Constitución, por mantenerse un tiempo más en el poder, es algo abiertamente indigno. Decir una cosa y apenas unos meses después la contraria es una inmoralidad política, una incoherencia.

La dignidad y la coherencia han sido arrumbadas de la política española por el sanchismo, una forma de actuar carente de ideas, ideología o escrúpulos. Hasta ahora creíamos que en política se estaba para servir a los demás y por el bien común. Por ello los políticos deberían actuar con integridad moral, respeto a las leyes y a los contrarios, y coherencia con sus discursos. Por tanto, la dignidad debería ser consustancial con quien alcanza el privilegio del poder, es decir, quien nos gobierna y toma decisiones que afectan a nuestra vida. Hasta aquí la buena teoría sobre la vida en democracia.

La virtud en la vida pública ha desaparecido. Un ministro del Interior, sobre todo si antes ejerció como administrador de justicia, debe cuidar especialmente su integridad moral, su honestidad intelectual. No es el caso del actual titular, como tampoco lo es de otros ministros que no han tenido el arrojo de presentar su dimisión para mantener su buen nombre a salvo. En España siempre ha costado mucho que los ministros dimitan, pero los hubo, casi siempre en el centroderecha, claro.

Alguien con vocación de poder en una democracia debe anteponer el imperio de la Ley a cualquier otra consideración. Lo que se está haciendo con la delegación de competencias en materia de inmigración es ilegal, va contra el artículo 49 de la Constitución. Ya lo dejo así escrito el Constitucional en la sentencia del Estatuto de Maragall. Un buen político debe guiarse por principios morales que van más allá del interés partidista.

Esto solo se arregla con una convocatoria de elecciones y un regreso a la regeneración moral de nuestra política y de quienes en ella actúan.

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