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Cosas que pasanAlfonso Ussía

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No lo veré, pero estoy seguro de que mis hijos o nietos, vivirán la fusión en un Estado único de Portugal y España. Las Vascongadas seguirán siendo españolas y quizá cambie el mapa en el nordeste de España, con Cataluña a la deriva, flotando hacia la nada

Desde niño siento, además de gratitud y admiración, un inmenso cariño por Portugal. Los portugueses son, junto a los españoles, los grandes navegantes de la historia de la humanidad. Descubrieron la ruta de la seda, y se establecieron en América, África y Asia. Angola, Mozambique, Brasil, Guinea, Cabo Verde, Tristán da Cunha, Timor y Macao, entre otras tierras lejanas. Cuando se perdieron los territorios africanos, los afroportugueses se instalaron en la Metrópoli, en Lisboa, y poco a poco se hicieron fuertes y competitivos en su reducida extensión.

Pero lo más importante que tienen los portugueses es la buena educación. El portugués habla, pero no grita. Han sabido aprovechar la estética británica en sus gustos, renunciando a la parte mala de la influencia inglesa. Su melancolía prevalece en sus manifestaciones culturales, con la armonía de los fados nacidos y creados para alcanzar el amor en los estudiantes de Coimbra. En Lisboa paso horas y horas disfrutando de su Plaza del Comercio, abierta al Atlántico, el gran error de Felipe II. España y Portugal, por su historia y similitud, tendrían que formar un Estado, un Reino, no sólo por su vecindad, sino por nuestro pasado común. Reconozco que me siento mucho más cercano al portugués menos partidario de España que a muchos catalanes enamorados de sus ombligos. Pasaron de una dictadura de derechas, a una revolución de izquierdas, y de ahí a la normalidad de un Estado democrático, europeo y occidental. Porque Portugal ha sido durante siglos la última roca de occidente, la puerta de América. Los apeaderos oceánicos los mismos. España y su archipiélago canario y Portugal con Madeira y las Azores. Portugal y España comparten los paisajes, la dehesa, el cristianismo, los mares, Roma y Grecia. Y el riesgo de la aventura. Portugal, más débil económicamente, siempre se sintió amparada por Inglaterra, y mantuvieron su independencia y su orgullo. Creo que los españoles tenemos pendiente la asignatura de admirar y querer a Portugal. Casi todos los portugueses entienden y hablan en español, y muy pocos españoles correspondemos ese esfuerzo de buena armonía. El portugués de derechas, de centro y de izquierdas es, ante todo, portugués. Los comunistas portugueses aman a su nación como los demás, y no acumulan odios locales y separatismos provincianos. Cuando el primer ministro Guterres convocó un refrendo para convertir Portugal en un Estado de la Autonomías, al estilo de España, los portugueses con sus votos le dijeron que «tururú».

Ahora, y con la mayor naturalidad, por negocios turbios al amparo del poder, el primer ministro de Portugal, el equivalente a Sánchez, ha perdido su cargo con su derrota parlamentaria en una moción de confianza. No ha recurrido a un Tribunal Constitucional comprado por el Gobierno, ni a un fiscal general acusado de delinquir, ni a utilizar los poderes del Estado para camuflar la sorprendente desfachatez de la familia presidencial. Se ha ido, y ya está. Elecciones.

Detalles. Era presidente de la República de Portugal Mario Soares, socialista. Voló a Madrid en un vuelo regular de Iberia. Lo aseguro porque mi asiento y el suyo los separaba el pasillo. Le acompañaba un ayudante militar , un escolta y –me figuro que se trataba de él-, el embajador de Portugal en España. El comandante de Iberia abandonó la cabina para darle la bienvenida, y el presidente Soares le agradeció el gesto. –No se preocupe, no necesitaré nada durante el vuelo-. En un viaje a Estoril, después de una audiencia a un grupo de estudiantes en «Villa Giralda», unos se quedaron en el hotel y otros nos fuimos a un local en el que cantaba Amalia Rodrigues. Plena dictadura de Salazar. Y ahí estaba Salazar, en una mesa, acompañado por cuatro o cinco personas. Se nos acercó un señor que nos comunicó que era ministro y que se ponía a nuestra disposición. Como Bolaños o Puente, manda narices. «Los españoles son muy queridos en Portugal». Gotas de recuerdos pasados, pero no pérdida de ilusiones. No lo veré, pero estoy seguro de que mis hijos o nietos, vivirán la fusión en un Estado único de Portugal y España. Las Vascongadas seguirán siendo españolas y quizá cambie el mapa en el nordeste de España, con Cataluña a la deriva, flotando hacia la nada. Pero se subsanará el gran error de Felipe II, y nuestros países de tierras duras y océanos navegados, unirán sus fuerzas. Ellos ganarán mucho y nosotros, más aún. Entre otras cosas, la normalidad política, la decencia, la buena educación y el patriotismo.

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