El deambular del oso
En 1981, el padre José María Satrústegui publica su ensayo «Comportamiento Sexual de los Vascos», ofreciendo a los lectores un gran trabajo gracias al cual se deduce que el comportamiento sexual de los vascos, se parece mucho al de los castellanos, los andaluces, los extremeños y los italianos de La Toscana
Hoy me he topado con la madre de una novia de mi juventud que, sorprendentemente, era mi novia. Nos hemos saludado con irrefrenables deseos de despedirnos, y al hacerlo le he pedido que diera de mi parte un beso a Catalina, que así se llamaba mi efímera prometida. —Yo soy Catalina—. Susto de muerte. Esta mujer ha crecido y envejecido para convertirse en su propia madre. En su juventud bailamos en muchas ocasiones, si bien ella, vasca orgullosa, no era muy partidaria del baile intersexual. —En el baile está el pecado—. A mediados del pasado siglo, el cardenal Segura prohibió el baile por agarrado en Sevilla. Y el gran sabio vasco, el padre Larramendi, le dedicó a los bailes festivos compartidos por hombres y mujeres un amplio y documentado estudio. Se desentendió del padre Zubiaurre, párroco de Mundaca, que tenía una opinión del baile adversa y peligrosa, simultáneamente. «Para que el baile por agarrado de un hombre y una mujer no sea gravísimo pecado mortal, es imprescindible que entre el cuerpo de él y el de ella, se establezca un espacio por el que pueda deambular un oso». En su libro —más de un millón de ejemplares vendidos, y no es broma lo que apunto—, «Para Salvarte», del también padre jesuita Jorge Loring, se advierte una evolución hacia el liberalismo en esto del baile agarrado. «Lo apropiado y decente es permitir que corra el aire entre los bailarines». Pasamos del espacio para que deambule un oso entre el hombre y la mujer, a una estrecha franja de corriente que separe los cuerpos de ambos para evitar los rozamientos pecaminosos. En 1981, el padre José María Satrústegui publica su ensayo «Comportamiento Sexual de los Vascos», editado por «Txertoa, Plaza de Armerías 4, San Sebastián», ofreciendo a los lectores un gran trabajo gracias al cual se deduce que el comportamiento sexual de los vascos, se parece mucho al de los castellanos, los andaluces, los extremeños y los italianos de La Toscana. No obstante, es justo agradecerle el esfuerzo. Y aporta un dato antifeminista que hoy llevaría al concienzudo jesuita a los aledaños con vista a los interiores de una prisión española. Son los vascos los que denominan a la mujer que se casa y no tiene hijos, «machorra».
Pero retorno a lo fundamental de este comentario. En las fiestas populares vascas, cuando sonaba el tamboril, la alboca y la chirula, y las parejas enamoradas se arremolinaban en la plaza para bailar sus ardores, ¿cuándo aparecían los osos deambulantes? ¿Quién se ocupaba de los osos deambulantes? ¿Quiénes les ordenaban deambular entre las parejas que aproximaban sus cuerpos o quiénes recogían a los osos terminado el festejo para soltarlos por sus montes y bosques centenarios? Es muy fácil exigir que deambule un oso entre dos cuerpos que danzan. Lo difícil es que el oso se preste al juego y no termine a zarpazos con la pareja pecadora.
Con mi novia que se convirtió en su madre, jamás se aproximó un oso deambulante para evitar nuestros efímeros contactos. Claro, que nuestros bailes se ceñían a baladas francesas, italianas, americanas y del incipiente Julio Iglesias. Y en aquellos tiempos, Catalina no se parecía nada a su madre, que en nuestro encuentro, siendo ella ya su madre, me comunicó que había fallecido en 1996. Pero sí se puede deducir que el «aurrescu» se baila, indistintamente, por un hombre o una mujer, sin compartir aire ni escorzos saltarines. Como las sevillanas que prohibió el cardenal Segura, y cuyo ritmo viene de la «Música Nocturna de Madrid» de Boccherini, en concreto de su «Minuetto», que muchos conocen por la película «Master and Commander». No obstante, las sevillanas también han evolucionado y los aires corren entre los hombres y las mujeres, pero también se producen las apreturas, y no hay osos deambulantes Triana abajo o Triana arriba para impedir que el amor bailado nazca y se culmine en las primaveras rotundas de Sevilla.
Les parecerá mentira, pero este tipo de cosas se escribían en los pasados siglos, cuando los vascos bailaban de la misma manera que los asturianos y con fines similares, ajenos a los osos deambulantes.
Y lo mío de confundir a mi novia con su madre, imperdonable. Lo reconozco.