El poder americano
Para Rusia Trump supone la oportunidad para lograr concesiones inconcebibles tiempo atrás, contrarias a los intereses de EE.UU. De ahí que tanto en Moscú como en Pekín observemos una llamativa prudencia. Para ellos es muy dudoso que el giro radical impuesto por Trump a la acción exterior pueda arraigar
Donald Trump ha logrado volver a la Casa Blanca gracias a un discurso nacionalista, que venía a denunciar un ejercicio de diplomacia débil y sin sentido para dar paso a otro fuerte, claro y decididamente centrado en la defensa de los intereses nacionales de EE.UU. Trump tiene una personalidad narcisista que le lleva a sobrerrepresentar su papel. Actúa como si fuera un caudillo latinoamericano, presentándose como macho alfa capaz de guiar a su pueblo hacia un tiempo nuevo y mejor. Creo que está fuera de lugar cuestionar el derecho de EE.UU. para orientar su acción exterior. Es, por lo demás, normal y previsible que, a la vista de que nos encontramos ante un cambio de época caracterizado por la Revolución Digital, las grandes potencias reconsideren en su conjunto tanto las estrategias de seguridad nacional como las políticas derivadas de ella. En este sentido a nadie le puede sorprender que Trump haya puesto fin a la relación de seguridad con Europa, establecida por su predecesor Harry S. Truman, más aún cuando los norteamericanos llevan décadas advirtiéndonos de que la relación no podría mantenerse si no asumíamos nuestra responsabilidad en la defensa compartida.
Lo que resulta más difícil de comprender es la manera de gestionar la diplomacia por parte de la nueva Administración. Sabemos de la desconfianza que Trump siente hacia los altos funcionarios, tanto diplomáticos como militares, a los que acusa de tener una agenda propia. Quizás por eso se ha rodeado de gente de su entorno familiar o de viejos amigos. Personas que tienen en común el desconocimiento del oficio, que confunden la negociación corporativa con la propia de los estados. De ahí los errores gratuitos que se están cometiendo, para alborozo de sus rivales.
EE.UU. lideró la cumbre atlántica celebrada en Madrid y estableció una posición por la que la OTAN ayudaría a Ucrania hasta la plena recuperación de su territorio de soberanía. Rusia respondió cuestionando la capacidad de los aliados para mantener la posición y la cohesión pasado un tiempo. Trump no parece darse cuenta de que pese a la mucha escenificación, amenazas y aranceles el cambio de política hacia Rusia supone una derrota. En política internacional los actores de referencia son los estados, no los presidentes. Estos últimos son de quita y pon, más aún en Washington donde cada dos años renuevan toda la cámara baja y un tercio de la alta. EE.UU. ha vuelto a ser derrotada por incapacidad para mantener una posición en el tiempo. Para Rusia, Trump supone la oportunidad para lograr concesiones inconcebibles tiempo atrás, contrarias a los intereses de EE.UU. De ahí que tanto en Moscú como en Pekín observemos una llamativa prudencia. Para ellos es muy dudoso que el giro radical impuesto por Trump a la acción exterior pueda arraigar, más aún encontrándose en su último mandato.
Cualquier gran potencia sabe de la importancia de mantener una red de aliados. Si abandonar el compromiso de ayudar a Ucrania daña el prestigio norteamericano, el humillar a ese país insultando a su presidente y retirándole la ayuda militar supone aceptar la división, es decir, la reconsideración de las fronteras europeas. Burlarse de los aliados, como hizo el vicepresidente Vance en Múnich, daña a la OTAN en su conjunto. Esos actos son un regalo para Rusia antes de comenzar a negociar. Los delegados rusos, que sí son profesionales, ya han descontado gracias a Trump que tienen el reconocimiento de la otra parte para quedarse con el 20% de Ucrania, por lo que la negociación tratará de otros temas de máximo interés para Rusia, sobre todo del futuro del sistema de seguridad continental. Moscú busca la retirada de EE.UU. y la desunión de los europeos y está dispuesta a dar ciertas garantías a Washington sobre acceso a materias primas, acuerdos sobre el Ártico y Oriente Medio, pero a sabiendas de que Trump está de paso, que Moscú tiene que consolidar posiciones en Europa Oriental y que los otros temas, los que interesan a EE.UU., requieren de tiempo y de la participación de otros actores.
Levantar la voz y humillar a los tuyos no te hace más fuerte. Trump busca un entendimiento con las otras grandes potencias para que EE.UU. se pueda concentrar en lo importante, ganar la Revolución Digital, pero eso no lo va a conseguir así. Necesita que lo respeten y para ello tendría primero que consolidar un consenso en el Capitolio y después una renovación de sus alianzas. Exactamente el camino contrario al que ha elegido.