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Un mundo felizJaume Vives

No se podía saber

Cuando las cámaras y los reporteruchos han abandonado Siria y los líderes europeos han dejado de estrechar la mano al victorioso Al-Julani, han vuelto las cacerías humanas y la sangre ha corrido de nuevo a raudales como en 2011

Los regímenes occidentales auparon entre vítores y aplausos al terrorista Al-Julani. Meses antes de su fulgurante ascenso como señor de las hordas islamistas, camufladas desde los medios de propaganda europeos bajo el eufemismo de «grupos rebeldes», Al-Julani estaba en busca y captura por sus vínculos con Al-Qaeda y Estado Islámico.

Tras el nombramiento de Al-Julani, gracias a los julandrones de esta parte del planeta, muchos respiraron tranquilos, por fin la malvada tiranía de Al-Assad llegaba a su fin y comenzaba un reinado de paz.

Y así fue los primeros días, muchos se esforzaron para que no llegara la sangre al río. Los julandrones occidentales no podían permitirse que se les responsabilizara de lo que ya sabían iba a suceder poco tiempo después.

Y así, cuando las cámaras y los reporteruchos han abandonado Siria y los líderes europeos han dejado de estrechar la mano al victorioso Al-Julani, han vuelto las cacerías humanas y la sangre ha corrido de nuevo a raudales como en 2011.

No hacía falta ser muy sagaz para pronosticar a finales de 2024 la sangría que ha comenzado a principios de 2025. Los alauitas –la rama del islam a la que pertenece Al-Assad–, se ha llevado la peor parte, aunque no se quedan atrás los drusos y los cristianos.

En 2011 había más de dos millones de cristianos en Siria. Hoy apenas quedan 250.000. Algo parecido sucedió en Irak, donde a día de hoy quedarán unos 200.000.

Mientras tengamos al frente a esa manada de imbéciles, el número de cristianos seguirá disminuyendo, hasta el día que en los libros de historia se estudiará que el cristianismo desapareció del lugar en el que había nacido.

Que haya persecución no debe escandalizarnos, así es desde que Cristo vino al mundo y acabó en una cruz. No es el discípulo más que su maestro. Ya dijo Cristo que si lo habían perseguido a Él, también nos perseguirían a nosotros.

La persecución está en el ADN de la religión verdadera, tratar de vivir como si fuera evitable es perder el tiempo y además, lejos de dar fruto, convierte en estéril al que vive pensando poder escapar de ella. Tan es así que, cualquier iniciativa que trata de rehuirla, construida como si fuera posible esquivarla, se convierte en un inmenso erial.

Cuando empezamos a medir las palabras y a pesarlo todo para intentar no incomodar, pensando que es posible anunciar a Cristo sin generar rechazo, el resultado es una amalgama de consignas ñoñas y sensibleras que convierten en admirable al peor vendedor de humo. Se convierte así la evangelización en un mero ejercicio de marketing personal, que sólo busca el aplauso del mundo.

Pero que, misteriosamente, sea inevitable la persecución, no significa que haya que propiciarla, cosa que están haciendo los regímenes occidentales. Derrocaron el dique que protegía a los cristianos de esa zona y en su lugar pusieron a un terrorista al que le gusta más la sangre que a un niño un caramelo. Y, otra vez más, la persecución a los cristianos se ha recrudecido. No se podía saber.