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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿A quién quieres más: a papá o a mamá?

Curiosa tesitura la de esos periodistas aduladores de Sánchez que se encuentran ahora con que su jefe está en guerra contra él

Ameno folletín. Un culebrón de medios a lo Succession, aunque en versión cañí y con la mano larga de Peter enredando.

Érase que se era un chico parisino muy listo, vástago de una saga de gente inteligente y de posibles, procedentes en origen de Armenia y que acabaron instalándose en Francia, previo paso por el Líbano. Su abuelo había sido vicegobernador del banco central libanés y su padre, llegado a París con diez años, es un reputado neuropsiquiatra, casado con una enfermera inglesa.

El muchacho, un atildado cosmopolita que hoy peina 53 tacos, estudió en París, con máster en la Sorbona incluido, y se empleó enseguida en Société Générale, en cuyas filas aterrizó en Manhattan a mediados de los noventa. Tras pillar el truquillo de los mercados, en 2005 fundó en Nueva York su propio fondo, hoy con sede en Londres.

El inversor armenio-francés-londinense encarna lo que llaman un «ciudadano del mundo». Se maneja en cuatro idiomas y posee casas en varias capitales globales, con su residencia familiar en el barrio chic londinense de South Kensington. Se dedica a detectar oportunidades por medio mundo, a reflotar empresas y soltarlas ganando un porrón de pasta. Es dueño incluso de un club de fútbol francés.

En 2015 compró un paquete de acciones en una empresa de medios española apegada al partido socialista y que arrastraba un pufo colosal, fruto de inversiones disparatadas en una fallida televisión de pago. En febrero de 2021 se convirtió ya en presidente de la compañía. Parafraseando a los viejos Burning, cabría preguntarse: ¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este? ¿Por qué invertir en una compañía que todavía hoy reconoce un agujero de deuda 750 millones y que además se dedica a un sector en crisis?

¿Lo hacía por tratarse de un fervoroso «progresista»? No parece. Su única ideología conocida era el becerro de oro. Entonces, ¿cuál es su móvil? Fácil: en el capitalismo-estatalista español resulta que papá Estado conserva un enorme poder sobre los negocios regulados, incluso posee potentes empresas públicas y mangonea otras semiprivadas. Así que el armenio-francés-londinense se dijo: si apoyo desde ahí al presidente socialista español, aunque sea un tipo turbio, a cambio él me puede abrir puertas para golosos negocios en otros sectores, como por ejemplo el de la Defensa, que vive un bum.

Dicho y hecho. El ciudadano global —al que el futuro de España le daba igual, más allá de forrarse en ella— dio orden a sus periodistas de respaldar al presidente socialista en todo, incluso si se trataba de tropelías inauditas. Para ello situó al frente de su periódico a una radiofonista lega en Prensa, pero que presentaba la virtud requerida: una lealtad socialista a prueba incluso de burradas inconstitucionales.

Indultos, amnistía, venta de España a cachos en el mostrador separatista, nepotismo y corrupción, utilización torticera del TC… todo le parecía bien al ciudadano global armenio-parisino-londinense. Su periódico era el leal botafumeiro del presidente socialista.

Pero un día, el insaciable presidente socialista, crecido tras asaltar la primera multinacional de telecomunicaciones del país, se vino arriba y le soltó al inversor armenio-francés-global-londinense: oye, chico, que ahora quiero que me montes Tele Peter, una televisión a mi mayor gloria.

Dado que en España las televisiones de izquierdas son ya mayoría, abrir una para dar todavía más jabón al líder supremo parecía un negocio absurdo. Además, si arrastras una enorme deuda careces de fuelle para esa aventura, que en su fase inicial acumulará copiosas pérdidas.

En 2020, en una entrevista en su periódico, el inversor ya había dejado claras sus intenciones: «Yo he venido aquí para ganar dinero». Así que sacó la calculadora y respondió al presidente socialista que nones, que no le iba a montar su Tele Peter.

Craso error. Demostró no conocer el paño. En represalia, el presidente ha movilizado a su Gobierno para descabalgarlo del grupo mediático. Ha llegado a enviar como emisarios secretos a París un torpe ministro y al presidente de la multinacional tecnológica, ahora Peter Teléfonos, a fin de que presionasen a un gran accionista galo para que desaloje al traidor a la causa «progresista».

El ciudadano global descubre entonces la ética periodística, los grandes valores, y firma en el periódico prosocialista una sonada tribuna tratando de dictador al presidente socialista. ¡Es la guerra! Estupor entre los periodistas que se han pasado años remando al servicio del presidente socialista y que ahora se desayunan con que su jefe anda a sopapos con él. Dilema en la Redacción: ¿A quién quieres más: a papá o a mamá? ¿Seguimos siendo de Peter aunque el jefe diga que es un tirano?

Esto es lo que pasa cuando los medios no tienen propietarios españoles, comprometidos con su país, sino inversores foráneos de intereses extractivos. Y esto es lo que pasa cuando los medios se convierten en felpudos de políticos sin escrúpulos.

Y colorín colorado (nunca mejor dicho lo de colorado) este cuento se ha acabado. Por ahora…