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Cartas al director

Irene la ejemplar

Sufrimos la triste realidad de que ha aparecido en el panorama internacional un loco al que le gusta jugar a la guerra y para él las personas son muñequitos de madera que puede eliminar a su antojo, las ciudades son de papel y puede destruir con risotadas, la seguridad un entretenimiento sin valor para nadie y la verdad es la última bobada que se le puede ocurrir a los humanos. El tal loco se llama Putin.

Por otro lado, y más cerca de nosotros, aparecieron unos vasallos de ese loco, agrupados bajo la carpa de Podemos, con gran simpatía y fidelidad hacia aquel y que le aplauden hasta con las orejas su iniciativa de agredir e invadir al pacífico país de Ucrania. La superioridad numérica y militar de Rusia frente al país invadido, es abismal, por lo que podemos adivinar el desenlace del jueguecito de Putin.

Pero, como en todo juego, en ese grupo de la carpa se producen anécdotas curiosas y una de ellas la provocó esa deslumbrante ministra (me cuesta trabajo denominar ministra a tan inútil personaje) llamada Irene Montero; no se le ocurrió otra cosa que decir que para que la guerra acabe pronto, lo mejor es que no provean de armas a los ucranianos. A nadie se le ha ocurrido pensar que ella, para la protección de su palacete, «El Ambiciones», de Galapagar, puso a diplomáticos y no a un abundante grupo de policías armados, dándonos ejemplo. Es decir, según manifiesta esta ilustre ministra, desarmando a los ucranianos, la guerra acabará pronto. ¡Brillante! ¡Cómo no se le había ocurrido antes a alguien!