Cartas al director
2 + 2 = 22
En el año 1966, cursaba yo mis estudios preparatorios para presentarme y aprobar el examen de ingreso, requisito indispensable para poder acceder al Bachillerato.
Para poner en situación al lector, he de decir que nunca se me pudo considerar un buen estudiante. Mi historial académico se resume en dos o tres suspensos en los exámenes de junio, y todo aprobado en la convocatoria de septiembre.
Sirva la introducción para recordar, con nostalgia, a D. Antonio, el que fuera mi «maestro» durante la etapa de Enseñanza Primaria. En aquellos años, así se denominaba a los profesores.
Era persona seria y de aspecto bonachón, de talla media tirando a bajito, y algo rechoncho. Nunca se alteraba, transmitía serenidad y era un personaje todoterreno; lo mismo nos enseñaba gramática que matemáticas.
Cada mañana, nos «dictaba» un texto que teníamos que escribir en el cuaderno de rayas, procurando no cometer faltas de ortografía.
En una ocasión, la frase a transcribir contenía la palabra «aunque». Para mí, era algo nuevo y dudaba sobre cómo hacerlo correctamente.
De repente, me vino a la mente que debía de escribirse con h intercalada (aHunque).
D. Antonio seguía dictándonos, ajeno a mis pensamientos sobre la felicitación que, pensaba yo, tendría que recibir, llegada la hora de la corrección del ejercicio.
La puesta en escena, era la siguiente:
Cada alumno, al ser llamado por orden alfabético, acudía a la mesa del maestro. Acto seguido, este revisaba el texto y subrayaba los errores ortográficos.
Puede el lector imaginar mi sorpresa cuando, llegado mi turno, D. Antonio hizo uso de su bolígrafo con tinta roja y me miró, blandiendo su regla de madera.
Yo sabía que ese gesto significaba cinco «palmetazos» en la mano derecha, para que me acordara, durante toda mi vida, de escribir «aunque» de manera correcta.
Ni mucho menos justifico y amparo tal conducta. Era lo habitual en la época.
Lo que no puedo justificar ni amparar, es otra costumbre, muy en boga actualmente:
El hecho de considerar al educando un ser «libre pensador», estando obligado el docente a evitarle «traumas»,por la «fatiga estructural y ansiedad» que le puede generar el «esfuerzo para obtener cultura». ¿Qué se esconde detrás de esta obligación?
¿Sustituir la verdad por una realidad inventada para cumplir con ilegítimos objetivos?
Como complemento a lo expuesto, se recomienda ver el video: Alternative Math.