Cartas al director
El grito de Mónica
Siempre fue grito y furia, trueno y traca, aspaviento y arrebato. No es la Mónica de la pistola, la de «médica y madre» de España. Es la Oltra, la que prometió a voces regenerar, cambiar nuestras vidas, perseguir a los corruptos y violadores. Pero mira por donde, en cuanto pudo colocó a su marido en un centro público de menores tutelados bajo su mandato. Y bien pagado.
Ocultó los abusos que cometió este violador de menores (por lo que fue condenado), intentó la Oltra desacreditar a la menor para salvar la honra de su compañero de catre. ¡Vaya dos piezas los dos iguales! Su bandera de limpiar el páramo de corruptos y violadores se ha apolillado rápidamente, carcomida por las mentiras y la maldad del matonismo barato. Aprovecharon el dolor ajeno para manipular y trepar hasta la poltrona del poder. Es el fruto creado por una ideología criminal que se funda en la disolución de todos los vínculos, la eterna enemistad que los hijos del demonio profesan a la descendencia de la mujer. Y cuando se trata de la sexualidad como cosa inocente y natural –como el comer y dormir– se convierte en un animal depredador.
Cuando se liberan todos los frenos morales y las instituciones son destruidas, los violadores se dirigen a lo más fácil, a la infancia. Cuando desde un chiringuito que diriges ignoras el atropello que sufrió una niña de 14 años, representa la hipocresía de esta izquierda que se ahoga con sus depravados.
Estos hijos del demonio, después de aniquilar la comunidad y la familia, se proponen, para poder perpetrar más fácilmente sus crímenes contra la infancia, destruir la propia naturaleza humana. Menores que no han alcanzado un desarrollo orgánico ni intelectual tengan un cambio de su «identidad» sexual.
Nuestros hijos y nietos están siendo aleccionados por aquella «eterna enemistad» de los hijos del demonio. Y mientras tanto no hacemos nada…