Cartas al director
Aquellos casinos
Todos los casinos de pueblo, que muchos hemos conocido, los asociamos, sin poder evitarlo, al evocado por Clarín en La Regenta. «Casino de los señoritos»; con la primera televisión del pueblo; sus estancias llenas de humo, el olor a calamares fritos, las tertulias, el juego de cartas, una Vetusta extremeña que mataba su aburrimiento con la alegría del vino; y padres jóvenes, rodeado de amigos, y risas y palabras de tiempos mejores; soñando la alegría de su juventud, sin imaginar la vejez de sus hijos, sin concebir la muerte de seres queridos. Otros casinos vetustenses más reducidos, más caciquiles y cochambrosos. Rancios casinos de pueblo que reproducen el tenorio del lugar, el tramposo, el borracho, el iluminado; las rencillas políticas y sociales, la diferencia de clases; los estamentos civiles, eclesiásticos y militares; mentideros canallas, honras pisoteadas en los manteles con migas de pan y manchas de vino tinto; alegrías etílicas y exaltaciones patrioteras. El pasado que viene y va por las escotillas del recuerdo y la nostalgia. Añoramos todo, lo bueno y malo, porque es nuestra vida, nuestros años, que se nos deslizan hacia el irremediable final.