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Cartas al director

Danone y se acabó

Desde mi más tierna infancia, en aquella lejana década de los setenta del pasado milenio, no ha faltado nunca en la nevera de mi hogar un yogurt de la marca Danone. Y ahora, cincuenta años después, puedo decir con orgullo que ayer consumí los dos últimos danones que quedaban en mi frigorífico. A partir de hoy, y hasta que el sentido común vuelva a reinar en la junta directiva de esta empresa, compraré y consumiré yogures de otras marcas pese a que su calidad sea inferior y no precisamente porque su precio sea menor.

Las formas, los gustos, las modas o las aficiones, lo accidental de nuestras vidas, varían con el tiempo o las circunstancias externas. Pero lo esencial, la sustancia, las dimensiones y los principios fundamentales de la persona no mudan en absoluto. Por eso, hace cincuenta años y también ahora, todo niño tiene derecho a ser educado por aquellos que le han dado la vida según el designio que marca la naturaleza: un hombre y una mujer.

La empresa Danone, influenciada por esa ideología de género que el Gobierno ampara y difunde, ha decidido rediseñar sus viñetas publicitarias de antaño para dar visibilidad a esos diversos tipos de unión donde prevalece el deseo de los adultos sobre el derecho natural de los menores a tener un papá y una mamá. Danone ha apostado por la confusión, por lo políticamente correcto, dejando entrever que cuenta con un equipo de profesionales con una apremiante falta de formación humanística.

Ya sabemos que el dinero no da la felicidad, aunque en Danone no lo tengan todavía muy claro. Ahora nos falta por redescubrir que tampoco la normalización de modelos de unión diversos prevalecerá sobre la verdad que fundamenta la vida familiar. Está en juego nuestra felicidad y, sobre todo, la de nuestros hijos. Por eso, de forma testimonial y aunque sea una gota en el océano, en la nevera de mi casa, tras cincuenta años ininterrumpidos, ya no hay ni habrá ningún yogurt Danone.