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Cartas al director

Sánchez y su camino hacia el final

El único interés que pudiera suscitar el debate sobre el estado de la nación era oír las medidas anticrisis del Gobierno, pero Sánchez lo hizo con autocomplacencia y postulados tan populistas como si fuera el propio Pablo Iglesias. Prometió hipotéticas limosnas, como tantas hoy enredadas en marañas burocráticas: las habituales paguita o subvención, pero ninguna medida creíble.

Nuevos impuestos a petrolíferas, energéticas y bancos, que provocaron el inmediato desplome de las bolsas. Pretende pagar con esos gravámenes las dádivas, lo que aumentará la inflación y, de rebote, nosotros acabaremos sufragando los presuntos óbolos con lo recaudado, aunque los ingresos de Hacienda serán inmediatos y a los socorros les espera un largo trayecto, si llegan.

Pretende cambiar la tendencia de las últimas encuestas pero a Sánchez no le queda credibilidad tras su infinita lista de desvergüenzas, desde aquella lejana de esconder una urna en una votación de su partido o el nepotismo de colocar bien a su esposa, hasta recientemente cambiar la política de Estado respecto al Sahara por sus cataplines, alabar la criminal actitud de Marruecos en la valla de Melilla (¿qué fue del Aquarius?), tratar de nombrar, por conveniencia, a unos jueces del TC contraviniendo su propia norma, aliarse con Podemos, ERC o Bildu, hacerse con el INE e Indra y la más reciente infamia de pactar la de por sí inicua «ley de memoria democrática» con el independentismo borroko.

Insiste en el error de no disminuir gasto y subir impuestos, o sea aumento de inflación e IPC asegurados. Los españoles, cada vez más pobres y conscientes de la miseria que se avecina, no le vamos a perdonar ni más mentiras, ni la subida de los precios, ni sus obscenos amoríos con los sucesores políticos de los asesinos de ETA.

Solo, o en compañía de «su» PSOE, Sánchez está sentenciado.