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Cartas al director

Despedidas

Dice Francisco de Cossío que si el hombre consiguiera librarse de las despedidas, habría conseguido mucho para no sentir el paso de la muerte. Siempre nos estamos despidiendo de alguien o de algo: de nuestra juventud, de nuestras ilusiones y esperanzas; de nuestra alegría y hasta de nuestras penas; de nuestros amigos y enemigos; llega un momento en que nos despedimos, incluso, de nuestros recuerdos y de nosotros mismos. «Al borde del sendero un día nos sentamos. Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita son las desesperantes posturas que tomamos para aguardar... Más Ella no faltará a la cita». Antonio Machado ha sido uno de los afortunados escritores que han sabido captar, en su literatura, el paso del tiempo, la fugacidad de la vida y la llegada de la muerte. Todos tenemos la cita asignada; y no obstante, a pesar de la brevedad de la vida, no perdemos ni una sola ocasión para hacerla difícil, la nuestra y las de los demás. Basta mirar en torno o leer las páginas de cualquier periódico, incluso este que ahora estoy leyendo. Decía Unamuno: «Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo». Don Miguel era un ateo que iba a misa y que estuvo atormentado toda su vida por sus dudas existenciales y ansias de perdurar. A Baroja, en su pesimismo visceral, le gustaba citar una frase habitual en los relojes de sol: «Vulnerant omnes ultima necat», que traducida es bien clara: «Todas las horas hieren, la última mata».