Cartas al director
Lo que aún no ha sucedido
Hace 105 años, el 13 de octubre de 1917, fue la última aparición de la Virgen María a Lucía, Francisco y Jacinta, en el paraje de Cova de Iría, Aljustrel, Fátima. Desde entonces, la Iglesia Católica ni siquiera considera Beata a Lucía de Fátima, pero sí lo son Francisco y Jacinta. Algo insólito, inaudito, sorprendente, misterioso, enigmático y mosqueante.
Lucía fue apartada de su pueblo, de su familia, de sus gentes, y de aquel misterioso lugar. ¿Por qué lo hicieron? ¿Con qué finalidad? ¿Por qué, después, ella, al cumplir la mayoría de edad, no reivindicó su mérito, fue valiente, y luchó para estar con toda esa gente que, desde aquel 13 de mayo, acudían al lugar de las apariciones? ¿Por qué no se reveló para salir del oscuro túnel de la prisión y del olvido, demostrando su integridad, y lanzar al mundo su espíritu, ese espíritu que la inmortalizó al hablar con la Virgen María?
A Lucía, en esa soledad del abandono, con el silencio que le impusieron y cambiándole el nombre, la privaron de luchar y defender todo aquello que la Virgen María le pidió. Una petición, para ella, con un deber ineludible de cumplir lo prometido, y cumplirlo, por supuesto, en el lugar donde ocurrieron las apariciones.
Alguien la tenía que haber liberado de esa esclavitud de la que fue víctima, de ese adoctrinamiento al que fue sometida, destruyéndole su personalidad y su ego, de esa prisión que le impidió salir para estar en el lugar que la Virgen eligió, hablando con la gente, infundiéndole, con sus manos y su mirada, la gracia que la Virgen María depositó en ella. Lugar para socorrer, también, a los enfermos, y necesitados, compartiendo, con ellos, los esfuerzos y sacrificios de sus duros caminos guiados por la fe. Fe de peregrinos que buscaban su bendición y su poder, calmando y curando las penas, sufrimientos y enfermedades. Un lugar que debió de ser para ella, pero no lo fue. Allí, en ese mítico lugar, le tendrían que haber edificado su propio convento, para vivir en él y morir en él. Si fuiste la elegida, que la Virgen María te ayude a conseguir tu santidad, porque, como bien dijo el Papa Francisco, «la santidad no está hecha de actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano».